La extraña desaparición de Esme Lennox

Maggie O'Farrell está de moda, es indudable, sus novelas llevan años copando las listas de libros de críticos y de lectores. Aun así, andaba yo que si sí, que si no con la autora, ya les he comentado muchas veces mi esnobismo hacia aquellos escritores de tan unánime y extendido aprecio. El caso es que hace nada descubrí por casualidad que ella era la autora de esta novela que yo había leído allá por el 2006 o el 2007. Nada quedaba en mi memoria de su trama, lo cual tiene delito, y por el hecho de permanecer en mi estantería podía deducir que me había gustado lo suficiente como para no haberme deshecho del libro, pero, obviamente, no lo bastante como para recordar quién la había escrito. Tenía que hacer con urgencia una relectura que, esperaba, me llevara a muchas otras de sus afamadas novelas.

¿Cumplió su objetivo? Pues solo a medias. La historia es un dramón tremendo que te mantiene en un estado de zozobra permanente a medida que se va intuyendo la cruel solución del misterio que envuelve una terrible historia que va emergiendo poco a poco.

¿Cuál ha sido el problema? No crean que es fácil de explicar, ni yo mismo lo entiendo muy bien. Es una sensación de haber sido manejado y de saber cómo lo han hecho, de ser consciente de toda la tramoya que hay detrás de la historia, de haber descubierto la forma en la que un mago, por lo demás muy hábil, ha realizado el truco, de descubrir todos y cada uno de los ingredientes que han conformado el sabroso plato que me acabo de comer, qué digo comer, engullir. No sé explicarlo mejor y ni siquiera sé por qué esto me ha reducido el placer de su lectura.

Quizás es el efectísimo ritmo con el que se van dejando caer los velos; o esa confusión calculada de una parte del relato que está a cargo de una enferma de Alzheimer; o la abrumadora evidencia de la confrontación de las situaciones entre las mujeres, una que sin objeción por su parte depende completamente de los hombres y respeta las convenciones sociales, otra enfrentada a esa dependencia y a esas convenciones sin ser muy consciente de la rebeldía que ello supone, y otra que, equivocándose o no, dirige su vida como quiere o puede; o la increíble crueldad, de verdad que para mí increíble, con la que una de las mujeres es tratada por su propia familia -los malos son aquí muy malos- y la rabia, tan obvia y eficazmente provocada, que te entra al pensar qué cosas así podrían hacerse con total normalidad. No sé, de verdad que no lo sé, puede que sea eso que tanto molesta a los escritores cuando les comentan un libro y les dicen que está escrito con mucho oficio, y conste que soy consciente de que de la misma forma podría aducir algunas de estas razones para explicar por qué es una gran novela.

En fin, seguramente leeré Hamnet, a ver qué siento.