Dispara, yo ya estoy muerto

Cuando escogí esta lectura como “lectura veraniega” no me imaginé que, apenas unos meses después, me sirviera como un mínimo asidero contextual al que poderme aferrar ante la noticia del conflicto que inunda (o al menos, salpica) nuestras sobremesas y pensamientos.

Lo curioso es que aunque resultó muy interesante como conocimiento general, a nivel literario se me hizo bastante insufrible. Es más, incluso abandoné la idea en su día de escribir mis conclusiones sobre el libro porque creía que no merecía la pena, que su condición de best seller había arruinado (y alargado artificialmente) una historia que podía haber dado mucho más de sí.

Sigo manteniendo esta opinión, aunque finalmente haya decidido dedicarle este espacio porque creo que es una lectura que, con sus más y sus menos, plasma lo importante del conflicto, que es cómo lo están viviendo familiares, amigos y vecinos de los dos lados.

El relato se centra en la cuestionada política de asentamientos que permitió el desplazamiento de los palestinos de sus tierras en favor de la frenética huida de los judíos, ya sea tras la Segunda Guerra Mundial o tras el atentado al zar Alejandro II.

Conoceremos las dos mitades de una misma reivindicación: la de simplemente ser, existir. Conoceremos dos grupos, dos visiones que por momentos están entrelazadas pero que con el paso de los violentos acontecimientos terminarán por mirarse; recelosas.

En la novela todo se sucede como en una coreografía bien estudiada, siempre con un deje de buenismo y sentimentalismo detrás de cada situación dramática. Y este es quizá uno de los puntos por los que no disfruté la lectura. Tenía la sensación de que siempre se estaban repitiendo los mismos patrones, que hay un esquema “unión-idealización-ruptura” en las relaciones de los personajes.

Creo que no recomendaría la novela, pero sí animaría a la búsqueda de información más allá de los medios de comunicación, que no se tomen decisiones o juicios que hayan aparecido repetidas decenas de veces en las bocas ajenas.

La ficción es otra forma de información, de contacto, que nos puede permitir conservar la cordura en la patria de nuestra mente.
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