Casas vacías

Me siento totalmente incapaz de valorar esta lectura, me ha destrozado por dentro. Esa falta, esa culpa, ese castigo, me ha devorado.
Porque cuando somos adultos, cada una de nuestras decisiones afecta a las personas que nos rodean, incluso el simple hecho de mirar el móvil un momento, puede cambiarnos la vida para siempre. Y desde el momento en que decidimos tener un bebé, ya nada vuelve a ser lo mismo. Está claro que cada niño es un mundo, al igual que cada maternidad es única.
Ahora imaginaros que vuestro hijo o hija desaparece con tres años, no puedo, ni quiero, imaginarme en esa situación. Una vez dejé de ver a mis dos hijos durante 5 minutos y tuvieron que dejar una silla en la tienda en la que estaba para que me sentara porque las piernas no me sostenían, cada día doy gracias porque todo se quedara en un susto pero… ¿y si uno de los dos no hubiera vuelto a mi vida? ¿Si hubiera nacido con una enfermedad o un síndrome raro? O incluso, ¿y si nunca me hubiera logrado quedar embarazada? Pues esta lectura me ha removido todo eso y mucho más, he vuelto a tener esas pesadillas raras que tuve durante los embarazos y que todo el mundo consideraba normal menos yo, lo primero que hice cuando nacieron mis hijos, y no es coña ni un cliché, fue contarles todos los dedos.
Eso es, en esencia, todo lo que contiene este pequeño libro, de los relatos de varias formas de ser madre. Está escrito en primera persona desde el punto de vista de dos madres, una lo fue biológicamente, la otra no pudo serlo, aunque era su mayor ambición.
Es tan pequeño que no llega a 200 páginas, pero pesa mucho, golpea fuerte y sabe a sopa contundente.
Es una lectura que no es fácil, que deja un agujero dentro, pero que aconsejo porque de en cuando, es bueno sentir que tenemos un corazón latiendo en el pecho.