Las investigaciones comparativas han demostrado que la cultura japonesa no fue, ni siquiera en sus fases primitivas, el producto de una evolución aislada, sino que recibió impulsos directos e indirectos desde fuera. Los últimos descubrimientos arqueológicos revelan la existencia de relaciones con pueblos y culturas exteriores a Japón desde el tercer milenio a.C.
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