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Crítica de Guille63


Guille63
07 March 2023
Hay libros que te agarran desde la primera frase, que te atrapan con su ritmo, que te envuelven con su estilo o te enredan con su trama. Hay otros que, como decía Iris Murdoch, son como abrir la puerta a un paisaje neblinoso en el que en un principio se ve poco, pero en el que se huele la tierra y se siente el soplo del viento. El de Herta Müller es de estos últimos.

“En el agua de lluvia también había viento. Un viento que impulsaba campanas de cristal por entre los árboles. Eran campanas opacas, en cuyo interior se agitaban remolinos de hojas. La lluvia cantaba. También había arena en la voz de la lluvia. Y cortezas de árbol.”

La narración se desarrolla con una interesante mezcla de registros. Siendo una novela, muchos de sus capítulos son auténticos relatos que no precisan del resto para ser entendidos y disfrutados. En otro sentido, las frases son tan básicas, tan rotundas, es tal la intensidad de cada párrafo que el libro puede leerse como una sucesión de poemas, a cuál más duro y terrible, que deben abordarse con la atención propia del que sabe que cada palabra cuenta. Y sin embargo el libro es una novela, la narración de una historia cruel que sucede en un pueblucho rumano envuelto en la sórdida atmósfera de una dictadura podrida de corrupción, superstición, fanatismo religioso, nacionalismo y xenofobia. En un mundo tan gris y opresor no se puede ser débil y, sobre todo, no se puede ser mujer y salir indemne. La mujer se encuentra absolutamente sometida al hombre, una propiedad que puede mancillar el honor de una familia pero que también puede usarse sexualmente como moneda de cambio para obtener prebendas o, como en este caso, los visados que permitan a la familia de Windish salir del país que es su gran anhelo y necesidad.

“La mujer de Windisch volvió la cara a la pared y rompió a llorar ruidosamente. Lloró largo rato con la voz de sus años mozos. Lloró breve y suavemente con la voz de su edad. Gimió tres veces con la voz de otra mujer. Luego enmudeció.”

Dos pájaros son repetidamente nombrados en el texto, dos pájaros de un claro valor simbólico. El faisán, un pájaro inofensivo, torpe, incapaz de volar y, por lo tanto, presa fácil para los cazadores. El otro es la lechuza, siempre asociada a los malos augurios, pero también relacionada con la cobardía, la indolencia y la astucia. En este ambiente primitivo, donde las tradiciones agarrotan e inmovilizan, donde los curas someten y humillan tanto como las autoridades, no hay mucho donde escoger si es que en alguna circunstancia se nos permite realmente escoger. Müller retrata a todos, faisanes, cazadores, lechuzas, sin lástima ni sensiblería, sabiendo que el ser humano contiene a los tres y que, aunque no haga falta un contexto determinado para que salgan a la luz, un estado de opresión como el que se vivía en la Rumanía de Ceaucescu es el mejor catalizador posible.
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