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Este libro no es una novela romántica. Quiero remarcar esto porque quienes piensen que el eje de este libro es el romance entre los protagonistas, Lale Y Gita, pueden llevarse una decepción. Sin embargo, el romance funciona como contrapunto luminoso en una historia gris y desgarradora como son todas las que sufrieron quienes vivieron en sus propias carnes el Holocausto. El personaje de Lale, en el que se centra la trama en su mayor parte, me ha parecido complejo y en general bien trabajado, se nota que es una persona real y no solo un personaje. Lale es designado como tatuador cuando descubren que habla varios idiomas. Gracias a eso, se las va ingeniando para sobrevivir como mejor puede ( se siente culpable por sus privilegios) y conseguir mejorar el infierno de sus compañeros de cautiverio y de Gita, a la que conoce al tatuarle su número en el brazo. No es una historia artificiosa ni tiene un lenguaje rebuscado, no se romantiza nada de lo que ocurre porque la realidad tiene más peso que la ficción, y esto es quizá lo que a muchos lectores no ha convencido, pero a mí me parece que la autora lo ha narrado con un gran respeto, con bastante fidelidad a lo que sucedió y a las emociones que provocaban en Lale, que fue el que le contó los sucesos. El único pero que le puedo poner es que me hubiera gustado que profundizase más en el personaje de Gita, y así conocer como era la vida de mujeres. Tras la lectura, te deja una esperanza en el corazón: el amor y la belleza pueden brotar hasta en los lugares más grises y duros, como una flor en la acera. |
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