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Crítica de Guille63


Guille63
06 March 2023
“…hay que corroer. Y hay que confundir. Confundir sobre todo, confundirlo todo. Confundir el sueño con la vela, la ficción con la realidad, lo verdadero con lo falso; confundirlo todo en una sola niebla.”

Ando yo un poco molesto con ustedes. ¿Nadie pudo advertirme de que “Niebla” es, en el mismo sentido que El Quijote, una obra humorística? Es más, ¿nadie pudo avisarme de que el prólogo mismo formaba parte de la novela? Con la de barbaridades que arrojé sobre la familia pasada, presente y futura de Víctor Goti, el supuesto prologuista, cuando estupefacto leí cómo en su primera frase destripaba el final que le esperaba a Augusto Pérez, triste protagonista de la novela. Si hasta grité de alegría cuando supe de la posibilidad de que Don Miguel diera al prologuista el mismo fin que a su personaje, amenaza que además hizo con bastante gracia, aunque sus razones anduvieran lejos de satisfacer la venganza del lector y más cerca de sus controversias sobre la interpretación de cierto hecho, por otra parte, central en el relato. Bah, les excuso, ando tan animado tras leer esta juiciosa humorada que hasta mi celebérrimo rencor ha acabado por diluirse en la niebla.

En cualquier caso, y por tan excelentes motivos, yo sí paso a avisar a todos aquellos futuros, y espero que agradecidos, lectores de esta “bufonada trágica” de que no se molesten si en algún momento el no saber qué es o no burla les altera el ánimo pues puede que ambas cosas se den al tiempo. Compadézcome de aquellos inquisidores de lo equívoco, alérgicos de lo ambiguo, pues esa su alma religiosa les hará guerrear inútilmente contra una obra que se presta más a la erótica y voluptuosidad de la metafísica que aquí podrán encontrar los más afortunados de ustedes. “Y si todo esto no es así como digo, no se me negará al menos que es ingenioso, y basta.” Porque eso es en buena parte la novela, un juego de ingenio en el que el mismo autor explica los entresijos de su escritura y hasta tiene la osadía de convertirse en personaje y de atribuir a otro la autoría del prólogo e incluso de la misma novela.

Uno de estos entresijos desvelados por el autor es su afán por hacer lo más liviana posible la tarea del lector y, de esta forma, evitar su triste tendencia a escaquearse de las enjundiosas lucubraciones a la que tan aficionados son ciertos autores. de ahí la abundancia de diálogos, monólogos divertidos y sorprendentes y pequeñas historias que introduce, a la manera de Cervantes, con dudosa relación con el relato principal, y entre los que reparte de forma más que provechosa todas las obsesiones que el autor quiso explorar en la novela.

Y qué obsesiones son esas, se preguntarán ustedes. Pues todas las que caben en el título de otro famoso libro del autor, “El sentimiento trágico de la vida”. Una vida que es poca cosa o apenas nada si falta el amor aquí (¡Amo, ergo sum!) y la esperanza de la continuación de la vida allí. “La vida es esto, la niebla”, “una inmensa niebla de pequeños accidentes”, un aburrimiento que lleva al hombre al juego, las distracciones, la novela y el amor, y hasta a aquello que más en contra está de la vida, las razones de la razón, esas que nos lleva a preguntarnos “¿qué necesidad hay de que haya ni Dios ni mundo ni nada? ¿Por qué ha de haber algo? ¿No te parece que esa idea de la necesidad no es sino la forma suprema que el azar toma en nuestra mente?”, cuando es la nada lo que más aterra al autor, mucho más que una eternidad de tormentos en el infierno.

“La nada le parecía más pavorosa que el dolor. ¡Soñar uno que vive ... pase, pero que le sueñe otro ...!”

Y así entramos en el gran sufrimiento de Don Miguel, uno de ellos. El problema de la identidad, de la libertad, del libre albedrío, de la responsabilidad. ¿Escribimos nuestra historia, nos la escriben otros o está escrita desde el principio de los tiempos? ¿Quién toma las decisiones de lo que hacemos? ¿Nuestras acciones son el producto de la combinación de genes y experiencia? ¿Y si esto es así, podemos decir que somos libres, que disfrutamos de libre albedrio? ¿Y si no estamos totalmente determinados por esas causas, quién toma el mando, el mero azar? ¿Es el azar una respuesta más satisfactoria? ¿Y si la respuesta está entre el azar y/o el determinismo, somos responsables en cualquier caso de nuestros actos?

¿Cómo no nos va a parecer todo una gran bufonada? Pero no nos podemos conformar con el hecho de que la vida no sea más que un mal chiste, y aquí es donde entra lo trágico.

“¿dónde está el enjullo a que se arrolla la tela de nuestra existencia, dónde?”
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