El rechazo del manicomio que puede durar una eternidad se refleja en el tiempo moderno, en la historia de la literatura como una aproximación al pasado por el que están cayendo las enormes lagunas de un olvido químico.
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El rechazo del manicomio que puede durar una eternidad se refleja en el tiempo moderno, en la historia de la literatura como una aproximación al pasado por el que están cayendo las enormes lagunas de un olvido químico.
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Cuando escribo, es como si me durmiera y entrase en la profundidad de mi alma. Me da miedo el despertar, el contacto matemático y agresivo con la realidad de la cual quisiera desligarme.
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El manicomio es sin duda una institución falsa, una de esas instituciones que, creadas bajo la égida de la fraternidad y de la comprensión humana, no sirve para otra cosa que para aliviar los instintos sádicos del hombre. Y nosotros éramos las víctimas inocentes de estas instituciones.
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El manicomio que he vivido fuera y en el que vivo no es comparable a aquel otro que olvidaba la esperanza de la palabra. El verdadero infierno está fuera, aquí, en el contacto con los otros que te juzgan, te critican y no te aman. Los infiernos de la criminalidad humana no pueden educarse a amar a aquellos que han sufrido un azote injustificado, ni podemos ir de casa en casa a llevar nuestro evangelio y disculparnos.
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El hombre es socialmente malvado, un sujeto malvado. Y cuando encuentra una tórtola, cualquiera que habla demasiado lento, alguien que llora; le echa encima sus propias culpas, y, así, nacen los locos. Porque la locura, amigos míos, no existe. Existe solo en los reflejos oníricos del sonido y en aquel terror que todos tenemos, arraigado de perder nuestra razón.
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Nosotros, que teníamos como único defecto el montar un escándalo sobre nuestra identidad, nosotros que nos habíamos dejado desteñir, que habíamos soportado todo tipo de abusos, ¿por qué se nos miraba como criminales? Es un hecho que la gente tiene miedo a quien es dado de alta del manicomio: espera de él ese acto incontrolable e inesperado que está inicialmente en la base de todos los terrores humanos.
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Afuera se habla con frecuencia de la soledad, como si existiera un solo tipo de soledad, pero nada es tan feroz como la soledad del manicomio. En aquella despiadada repulsión por todas partes se meten serpientes de tu fantasía, picaduras del dolor físico, la aquiescencia de un catre sobre el que babea la otra enferma que está a tu lado, más arriba. Una soledad de los olvidados, de los culpables.
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Si estuviese completamente recuperada, me erigiría en juez, y condenaría sin medida. Pero muchos, tal vez todos, pondrían bajo sospecha mi sinceridad por ser una enferma. Por eso he escrito un libro, y he incluido también poesías, para que nuestros verdugos vean que en el manicomio es muy difícil asesinar el espíritu inicial, el espíritu de la infancia, que no está, ni podrá ser nunca corrompido por nadie.
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Aquel mismo día, mi hermana, acompañada por mi marido, vino a reclamar mi cuerpo, si así puede decirse. Dijo que había sido un accidente, que se trataba de una equivocación; pero yo estaba tan traumatizada, despedazada, rota por dentro, que no quise acompañarles. Me acurruqué al borde de la cama y comencé a ladrar como un perro. En las enfermedades mentales la parte primitiva de nuestro ser, la parte reptante, prehistórica, sale afuera y así nos encontramos siendo reptiles, mamíferos, peces, pero ya no seres humanos.
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Sufría terriblemente dentro de mi espíritu. Hubiera querido gritar, pero la rabia no llegaba. Me volví condescendiente, casi pasiva. Esto sucedió por la aplicación de algunas inyecciones de Ciclobarbital. Solo más tarde supe que este fármaco se usaba con pacientes violentos. Pero yo, que violenta no era, yo, que era de naturaleza bondadosa y tranquila, ¿qué signos habría podido mostrar? Quizá incertidumbre... No lo sé.
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¿Cuál es el órgano que trasplantan a Cora?