La loca de la puerta de al lado

¿Es posible enamorarse de una poesía que no se ha leído? Me pregunto esto tras encarar por segunda vez una obra en prosa de Alda Merini. Mi primer acercamiento fue con La otra verdad y quedé profundamente impresionada.

La experiencia que vivimos al leer a Merini es preciosa, pero se encuentra fuertemente metaforizada y oculta bajo el velo tembloroso de las palabras fosilizadas que dentro poseen una poderosa llamarada.

Estas palabras y sus sentidos se contraen y se retuercen, de repente el grito se detiene y el silencio se vuelve una luz que ha dejado de respirar. Una especie de “loop” continuo, en el que a veces crees que comienzas a entender los pocos asideros contextuales que parecen remitir a la historia de la vida de la poeta. Pero después llega el lenguaje y, en su fangosidad luminosa, lo arruina todo.

Aunque da miedo perderse en su escritura, la mayor parte del tiempo esta es limpia y fresca como el agua de primera hora de la mañana, que desciende del caño de sus labios literarios como un milagro para la boca sedienta.

Lo reconozco: me he pasado la mitad del tiempo sin entender muchas de las situaciones o imágenes con las que Alda insistía en la necesidad de escribir este libro. Pero esto no me ha desagradado, porque he comprendido que esta es la esencia de la escritora: las experiencias traumáticas que la han llevado a hostigar a un lenguaje que no puede captar la profundidad de aquello que ha vivido.

No es una lectura para mentes analíticas ni para aquellos que no soportan el vacío o la ausencia de la última de las piezas de un rompecabezas hecho de polvo. de hecho, diría que es una lectura concebida para que se vuelva brumosa en el recuerdo. Y este es quizá el arte de Alda Merini, un arte hecho para no perdurar sino para inhalar mientras se está contemplando, para dejar ir como quien encierra una mariposa entre sus dedos y, con suavidad, finalmente, la deja escapar y ser libre.

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