Meridiano de sangre

Después de mucho tiempo aplazando el momento, por fin me lancé a leer Meridiano de Sangre (1985), considerada por muchos la obra cumbre de Cormac McCarthy. Antes sólo había leído de él La Carretera, una novela tan genial como desoladora. Así que sabía más o menos a lo que me enfrentaba, pues este no es precisamente un autor recomendable para lectores demasiado impresionables.

Blood Meridian ha sido descrita como «el western definitivo», aunque en mi opinión esta novela tiene una complejidad mucho mayor que la que cabe esperar del guion de una película del oeste. Ponerle esa etiqueta equivale a despojarle de parte de su grandeza.

Creo que no soy el único que se ha sentido abrumado con el inicio de esta novela. En las primeras vente páginas pasan tantas cosas y hay tal despliegue de violencia y degeneración que uno se pregunta cómo va a ser posible mantener ese ritmo hasta el final. Pero el ritmo no decae, lo que se ha leído hasta ahora es solamente un aperitivo. Hay que prepararse para ello.

En ese inicio febril conocemos ya el protagonista, un huérfano de catorce años al que sólo vamos a conocer como «el chaval». Un adolescente analfabeto, obligado a convertirse en un hombre por los empujones de la vida e inclinado de forma natural a la violencia.

Los pasos del chaval y su descenso a los infiernos es el vehículo que usa McCarthy para describir un escenario de pesadilla. Meridiano de sangre está ambientada a mediados del siglo XX en la incierta frontera que separa México de Estados Unidos y donde aún habitan tribus salvajes de indios. El chaval acaba enrolado en las filas de Glanton, un mercenario a sueldo del gobernador mexicano a quien se le ha encomendado la sucia misión de perpetrar una limpieza étnica de indios. Glanton y sus hombres se entregan a esta tarea sin ningún escrúpulo. Es más, hacen gala de un sadismo y una crueldad realmente escalofriantes. Una horda criminal que, en su locura asesina, acabará matando indios y mexicanos sin distinción.

Pero el gran personaje de la novela es el enigmático juez Holden, un ser inclasificable que fascina y horroriza a partes iguales. En la novela es descrito como un gigante albino, un tipo indescifrable y solitario que nunca duerme. Extraño, aunque respetado y temido por todos. de hecho, parece ser el único que participa de esta aventura demencial por pura diversión, o tal vez arrastrado por su propia locura. En algunos momentos me ha recordado al Kurtz de El corazón de las Tinieblas. Holden es un profeta del caos que observa un mundo brutal y desolado desde su atalaya resplandeciente y diabólica.

Hay algo profundamente inquietante y desagradable en Meridiano de sangre. Esa sucesión de horrores cuya explicación parece estar fuera de nuestro alcance tal vez esconde algún mensaje. O puede que el mensaje sea simplemente que, en realidad, el mundo es así cuando se desvanece esa fina capa de orden que llamamos civilización. La barbarie como estado natural del ser humano.

Un último apunte: aunque está escrita con un estilo admirable y envuelta en un aura casi poética, Meridiano de sangre no es una novela apta para todos los paladares. Demasiada violencia, demasiada crueldad…

He leído por ahí que se está rodando la adaptación cinematográfica de la obra y, la verdad, me temo lo peor. Me temo que la película se regodeará en los aspectos más impactantes y desagradables, dejando de lado la potente carga filosófica-nihilista de la novela. Ojalá me equivoque.
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