La gente habla del dolor como si fuera un vacío, pero no es un vacío. Es algo lleno. Pesado. No es una ausencia que hay que llenar. Es un peso del que hay que tirar.
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La gente habla del dolor como si fuera un vacío, pero no es un vacío. Es algo lleno. Pesado. No es una ausencia que hay que llenar. Es un peso del que hay que tirar.
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La madurez coloniza tu mente adolescente, como una fotografía ultravioleta de una inmensa nebulosa cósmica que, al examinarla más de cerca, resulta ser un autorretrato puntillista.
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Eso es lo que puede hacerte el amor, si se lo permites: construir una persona a partir de todos tus trozos rotos. No importa que se vean los puntos. Los puntos, la cicatrices, solo demuestran que te lo has ganado.
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Tal vez de casa acto nazca un multiverso infinito, ya se trate de la colisión de dos átomos o del encuentro entre dos personas. Tal vez la realidad esté fluctuando sin cesar alrededor de nosotros, pero nuestros sentidos no están equipados para detectar esas variaciones cuánticas. Tal vez en eso consistan nuestros sentidos: en un tapiz orgánico diseñado convenientemente para que el caos de la existencia se filtre de un modo los bastante manejable como para poder levantarnos de la cama cada mañana.
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Acabo de convertirme en el primer viajero en el tiempo de la historia, pero la verdad es que no termino de sentir la grandeza del momento porque estoy esforzándome al máximo por no vomitar el desayuno de 2016 en el suelo de 1965.
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Sí, a pesar de las numerosas maravillas tecnológicas de mi mundo, la gente seguía siendo asesinada sin ningún motivo. La gente también se comportaba como si fuera gilipollas sin ningún motivo. Peor perdonad, quería hablaros de mi madre, no de mi padre.
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Es un cuerpo creado a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados, escrito por Mary Shelley a partir del reto literario de Lord Byron.