La ciudad enfurecida

Es doloroso comprobar que, por muy duros que sean los enemigos externos, ninguno lo es tanto como el que tenemos dentro de casa.

Pequeña, la memoria es caprichosa: olvidamos lo que queremos recordar y recordamos lo que queremos olvidar.

Cuando se trata de luchar contra un enemigo externo, uno siempre puede tratar de despertar en los combatientes sentimientos como el orgullo, el amor por la tierra o la gloria. Pero cuando se enfrentan hermanos, lo único que se despierta es el odio, el rencor y la envidia.

¿Hasta qué punto podemos engañarnos y fingir que lo que ocurre a nuestro alrededor no nos afecta o que nuestras acciones no tienen importancia? Supongo que en algunas circunstancias nos aislamos del mundo para no sufrir, a la espera de que las cosas se arreglen solas y deseando que sean otros los que tomen las decisiones cuyas consecuencias no nos atrevemos a asumir.

A Navarra me unían ya demasiadas cosas: una mujer a la que cuidar, una niña a la que ver crecer y una historia por contar