Corazón tan blanco

Vuelvo, con mi queridos amigos de Adictxs que tanto me consienten, sobre mi primer Marías, mi deslumbrado descubrimento en su séptima novela (y la que le consagró internacionalmente) de este creador feroz, exigente y extenuante que, en cuanto entras en su jardín de senderos laberínticos, te atrapa y te zarandea a su señera voluntad.

Voluntad de crear, con el poder de la palabra, un camino serpenteante a esas profundidades secretas de nuestra memoria y nuestro ser: humano, demasiado humano, suspendido en un momento dilatado hasta el paroxismo que cortocircuita el ansia y te paraliza en el cotidiano horror.

Poco menos de dos años en la vida de un narrador que no quiere saber, que se ve llevado a bucear en los recuerdos y sucesos propios y ajenos, con un puñado de escenas de todo punto inolvidables sobre las que orbita un malestar por el cambio de estado tras el matrimonio (esa institución narrativa), por la desazón de la pérdida una vez que te ves completo y todo alrededor se vuelve amenazante y ominoso, como el bosque de Birnam que avanza para rodear nuestra zozobra.