La rueda de la mentira: La caída de Lance Armstrong

Me gusta mucho el ciclismo. Es un deporte repleto de épica, de esfuerzos titánicos, de anécdotas legendarias, de ciclistas míticos… También tiene muchos trapos sucios, y de un tiempo a esta parte, casi todos se lavan en público. de los últimos grandes ciclistas que hemos conocido, quizá Lance Armstrong haya sido el más especial, no sólo por su palmares (ahora casi vacío de victorias a raíz de su lamentable trayectoria con el uso de sustancias prohibidas para mejorar su rendimiento y el de sus compañeros de equipo). Armstrong fue el más grande, y ahora, quizá, pueda decirse que ha sido el más mezquino, crápula y mafioso de todos los que han formado parte del pelotón mundial. al menos, de cuyas hazañas hayamos oído hablar.

Lance Armstrong construyó un relato casi de dimensiones mitológicas para llegar a ser un verdadero ser superior en la Tierra: un niño adoptado, que reniega no solo de su padre biológico, sino de todos aquellos que con posterioridad quisieron ejercer sobre él la sombra de la figura paterna; su madre ha vendido la historia de su vida como una madre “soltera” y ambos tuvieron que superar todo tipo de problemas y adversidades para sobrevivir; y lo mejor de todo: Lance volvió de la muerte, superó un cáncer testicular con metástasis en el cerebro, y regreso del reino de los muertos para ser el ciclista más grande de la historia. Podría haberlo sido, pero recibió ayudas (de todo tipo, no sólo referentes a las sustancias dopantes) ilegales que han terminado trascendiendo y que le han convertido en el rey de los tramposos (conocidos). En cuantos libros he leído de ciclismo, de Armstrong o de otros corredores, como Tyler Hamilton (y su magnífica biografía “Ganar a cualquier precio”), la práctica del dopaje, desgraciadamente extendida hasta extremos casi imposibles de creer, es siempre justificada porque “todos lo hacen”. La “teoría Armstrong” es que si los veinte o treinta primeros del Tour van dopados, sí él también lo hace, a eso no le podemos llamar trampas.

En fin, no se trata de perorar ahora sobre el ciclismo, el dopaje y esas trampas. Pero sí sobre este gran libro que es “La rueda de la mentira” de Juliet Macur. A lo largo de sus más de 400 páginas, pasaremos de conocer al Lance infantil que quería ser ya el mejor y que ejercía ese talento especial para el macarrismo que luego se le conocería en el pelotón mundial, al heptacampeón del Tour de Francia que ideó uno de los sistemas de dopaje de equipo más sofisticados que uno pueda imaginarse. Por esas páginas, que se leen casi sin aliento, con el ansia de saber qué va a pasar a continuación, podemos ver todo tipo de anécdotas que desnudan al personaje hasta dejarle en cueros ante la sociedad, respuestas soberbias y prepotentes, decisiones egoístas... Desfilan infinidad de nombres que han sido historia viva del ciclismo y que desvelan los tejemanejes de este hermoso pero trágico deporte.

En ese sentido, quizá la anécdota que más me impactó de todo el libro es aquella en la que Lance participa en la Cascade Classic en 1998, y en los previos del inicio de una etapa, es invitado a correr al lado de niños de cinco a diez o doce años, con bicis pequeñas, con triciclos, con ruedines… en un circuito de apenas 200 metros. Armstrong decide pedalear a la altura del “líder” de la carrera, un niño de 10 años, y cuando se trata de encarar la recta de meta... Lance aprieta un poco la pedalada y supera en los metros finales al niño. Lance Armstrong esprintó a un niño de 10 años en una carrera infantil. Es una escena que define perfectamente lo que ha sido este ciclista. Poco puedes esperar de alguien que es capaz de hacer algo así, o de renegar de la “madre soltera” que le sacó adelante contra viento y marea. Nada puede sorprenderte ya. Y aún así, te sorprendes.

Si eres un amante de este bello deporte, a pesar de las sempiternas sombras que sobrevuelan encima de él, debes leer este libro. Es duro, y desgarrador, comprobar como todas esas tardes que te sentabas a ver las etapas del Tour, en realidad, estabas asistiendo a otro tipo de espectáculo. Y luego, esas sospechas las trasladas ya a todo tipo de etapas y carreras, y cada vez que un ciclista se descuelga con un “etapón”, no puedes evitar preguntarte, ¿iba limpio?. Pero es un gran libro que sirve para conocer como era ese ciclista y matón, ese líder y macarra llamado Lance Armstrong. Y a pesar de todo, te hacer tener la ilusión de que pueda existir un ciclismo sin ayudas ilegales. ¿Ilusión? Seguramente…