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“Él no la mira con ojos de tío. ¡No! ¡Escúchame! Él la mira con deseo, con calentura. Sí, con la misma calentura que un viejo pajero puede mirar a una pendeja de quince” ~ Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró. ¿Os queréis leer un libro de una sentada? Aquí tenéis 129 páginas imprescindibles y demoledoras. La autora, una valiente, cuenta los hechos que le sucedieron cuando era adolescente y tuvo que enfrentar los abusos de su tío. Entre la profesión de este, policía, y el caos que la denuncia produjo en su familia, Belén tuvo que sufrir no solo los abusos, sino los juicios, prejuicios y el miedo y el dolor propio que “duele más, ¿no? Sí, duele el doble, porque no te lo hace otro, te lo hacés vos misma”. Que el abusador sea de la familia, acentúa el hecho de que las víctimas sean siempre cuestionadas: que si invenciones, que si por qué no lo contaste antes, que si vistes o dejas de vestir, que si, que si, que si… “No puedo entender que todavía duden de tu palabra. ¿Cómo vas a inventar algo así? Si contar esto te denigra como mujer”. Así que decidió dejar constancia escrita. “Deshacelo con palabra, acabalo en un punto y garchatelo entre comas. Así sin más. Sin más pena, sin más dolor, sin más de vos”. La escritura como terapia y como venganza de un sistema y de una familia que prefería casi mirar hacia otro lado y cuestionar la denuncia, minimizando los hechos, en una suerte de mantener la familia “unida”. La historia está narrada a través de varias voces –sus padres, hermano, tíos, médicos, primas, cuidadora de la infancia–, de textos judiciales y conversaciones en las que escuchamos las respuestas e imaginamos las preguntas. Imprescindible y de los que cabrean no solo por la situación por la que ha atravesado Belén sino por la que atraviesan niños y niñas por todo el mundo. Raro es abrir un periódico y no encontrarse con un caso de este tipo. Cabrea y lastima. |
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