Era palmario que Narcís era un hombre falto de pasiones lo bastante arrebatadas como para satisfacerla por completo, y si bien ese aspecto le preocupó durante el inicio de la relación, María pronto valoró esa pobreza de ardores como el precio necesario que había que pagar por el ejercicio del conocimiento, la cultura y la sensibilidad. Así que, sopesándolo todo, se resignó a unas prestaciones matrimoniales escasas para el cuerpo y abundantes para la mente.
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