El bosque

En este libro existen dos partes claramente diferenciadas en las que se traza un relato intimista que pocos autores pueden conseguir. Un encierro, propiciado por la misma causa, se separa en dos escenarios totalmente diferentes, y por ello la psique de cada personaje divaga por lugares que se alejan también.

   Y después, un tercer acto: el definitivo, el que reúne los fragmentos de todo lo que se rompió.

   A lo largo de esta historia, mi mente ha rescatado de la memoria esas pinturas de Hammershøi: esas mujeres leyendo una carta junto a una ventana que permanece cerrada, sin que lleguemos a saber qué sucede realmente al otro lado de la pared, más allá de esa escena de quietud que se nos presenta. Porque el mundo debió de existir ahí fuera; puede que, mientras esas mujeres inmortales se entregaban a algo tan banal como leer una carta, el país entero estuviera en guerra. Puede, incluso, que esa carta no fuera para nada banal.

   Creía que poco quedaba por decir sobre Nell Leyshon; me aferraba al deslumbramiento que supuso del color de la leche o La escuela de canto. No esperaba que la portada del primero se volviera realidad en forma de una mujer con dos nombres, con tres vidas; que mira, una y otra vez, a través del cristal, hacia las profundidades del bosque.