Del color de la leche

Mary tiene quince años y ha aprendido a leer y a escribir. A un alto precio. Y esto es lo que nos quiere contar: “éste es mi libro y estoy escribiéndolo con mi propia mano. (...)
no soy muy alta y mi pelo es del color de la leche.
me llamo mary y he aprendido a deletrear mi nombre. eme. a. erre. i griega. así es como se escribe”.

Mary no tiene pelos en la lengua, es directa, sincera, no se anda con rodeos, da igual quien sea su interlocutor. Eso le genera amor y odio a partes iguales. Como ella dice: “no puedo evitarlo. porque soy como soy. mi lengua es rápida como la lengua del gato cuando se bebe a lametones la leche del cubo”.

Mary es inteligente en un microcosmos en el que serlo no es una ventaja para una mujer de su condición. Vive en un mundo duro, marcado por las estaciones y el trabajo de la granja en la que vive con sus padres, su abuelo y sus hermanas. Su vida es dura pero ella es feliz. Mary dice: “me preocupo por muy pocas cosas. si no puedo hacer nada, entonces ya no me preocupo. si puedo hacer algo, entonces lo arreglo y ya no tengo que seguir preocupándome más”.

Pero de repente su vida cambia, pues la obligan a ponerse a servir en casa del vicario. Y Mary se transforma a lo largo de la narración, lo vemos en los ojos de los que la rodean, en la descripción que de ella nos hacen los demás personajes.

La voz narrativa que nos regala Nell Leyshon en esta novela es excepcional. Es una pequeña joya que no os podéis perder. He acabado el libro con el corazón encogido, no de tristeza, sino de muchas emociones combinadas difíciles de explicar.

No lo dudéis más y sumergíos en la historia de Mary, que acompañando las estaciones del año nos narra los sucesos que la llevarán hasta el momento desde el que nos escribe. Y lo hace con descripciones tan deliciosas como esta:

“… por la mañana y por la noche se formaban capas de niebla, y eso hacía que las colinas se volvieran suaves y el aire, espeso”.

Gracias, Mary, por tu historia.