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Crítica de Paginas_adulteradas


Paginas_adulteradas
09 June 2022
El 1 de enero de 2013, Lea se está fumando un cigarrillo frente al bosque. Ahí conoce a un señor de ciudad que ha perdido a su perro. Ella no sabe de otras cosas, pero sí sabe del bosque, y de que quien entra ya no vuelve a salir. También sabe de dónde van los perros que se pierden, que es al sitio donde van a morir las liebres, y que después siempre vuelven. Por eso, mientras están esperando la vuelta del can, Lea comienza a contarle al señor por qué, si hubiera perdido a su perro un día más tarde, no la hubiera encontrado ahí.

Lea vive con su madre, con su padre y con su hermana Nora en el Pueblo Pequeño. Lea es Lea Pequeña, porque su madre es la Lea Grande. Lea no sabe de otras cosas, pero de cuidar a su hermana sí que sabe. Y de vivir en un pueblo de cuatro calles, y de atender en el ultramarinos de su familia. Pero cuando al pueblo llegan desde la ciudad los rumores sobre el fin del mundo y la nueva familia que compró la casa de Jimena, su abuela, se instala en el pueblo, Lea comienza a sentir un ardor en el estómago que no sabe interpretar. Así, las lectoras nos convertimos en ese interlocutor ideal que espera a su perro mientras escucha la historia de Lea.

En Yo no sé de otras cosas, Elisa Levi nos recuerda en la forma del monólogo de Lea que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. Para ello, ambienta su historia en 2012, el año en el que la famosa profecía maya nos hizo a todas temer el apocalipsis o desear un cambio de era. Pero ese fin del mundo es solo una metáfora que simboliza aquellas situaciones o personas de las que, tarde o temprano, nos vemos obligadas a alejarnos con tal de escapar de la inmanencia existencial.
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