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Crítica de Guille63


Guille63
28 April 2023
Empezaré con una frase similar a la que encabeza mi comentario a «El extranjero», de Camus, “complacido en lo literario, enfrentado en lo filosófico”.

La novela me ha parecido notable, sugerente, polémica, repleta de ideas que, acertadas o no, son siempre interesantes. El subtítulo no puede ser más apropiado: “Una utopía ambigua” (aunque la autora renegó de él en ediciones posteriores). Ambigua, entiendo yo, en un doble sentido: si concebimos la utopía como una sociedad perfecta, ninguna de las sociedades representadas en la novela lo son; y si entendemos utopía como un anhelo irrealizable, no queda claro si la sociedad anarquista descrita es para la autora, a pesar de todos los peros, posible y deseable.

Lo cierto es que le Guin establece de inicio un contexto un tanto especial para desarrollar su tesis: una sociedad que habita un planeta, Anarres, donde años atrás llegaron los primeros colonos que, por revolucionarios, fueron expulsados de Urras, planeta gemelo de Anarres similar a nuestra Tierra de hace unos años, en el que conviven distintas culturas y distintos países polarizados en torno a dos de ellos, uno capitalista y otro comunista; todos los anarrestis de la actualidad proceden de esos primeros colonos y han sido educados bajo los principios anarquistas que en su día promulgara Odo, la líder teórica de aquella revolución. No existen países en Anarres, todos los habitantes forman parte de la misma colectividad. El planeta es inhóspito y sus recursos escasos.

“No tenemos leyes excepto el principio único de la ayuda mutua. No tenemos gobierno excepto el principio único de la libre asociación. No tenemos naciones, ni presidentes, ni ministros, ni jefes, ni generales, ni patronos, ni banqueros, ni propietarios, ni salarios, ni caridad, ni policía, ni soldados, ni guerras. Tampoco tenemos otras cosas. No poseemos, compartimos. No somos prósperos. Ninguno de nosotros es rico. Ninguno de nosotros es poderoso.”

En definitiva, le Guin parte de una “cárcel” aislada y prácticamente autárquica donde los presos, descendientes de un grupo “selecto” de personas que compartían un mismo credo político, se autogestionan en una economía de subsistencia sin necesidad de guardias, una cárcel en la que nadie nuevo entra ni de la que nadie puede, ni parece querer, salir. Un contexto no muy realista en el que, por ejemplo, se elimina cualquier posibilidad de enemigos territoriales y, por tanto, la necesidad de un ejército.

“…ninguna sociedad puede modificar la naturaleza de la existencia.”

Esta frase, dicha por el protagonista de la novela, Shevek, un científico anarresti cuyo desarrollo vital nos va descubriendo poco a poco los problemas a los que se enfrenta su sociedad, centra el tema que está en la base de la novela, ¿cuál es la naturaleza de la existencia?, ¿cómo somos, como podemos ser, los seres humanos? ¿cómo podemos llegar a organizarnos?

Pues bien, la naturaleza de los anarrestis también presenta unas excepcionales características.

En principio, los intereses individuales parecen coincidir siempre con el interés colectivo. Las condiciones de vida en Anarres son muy duras, apenas hay vegetación, prácticamente no hay animales, es árido, con temperaturas rigurosas, su único recurso son los minerales, producto con el que comercian con los urrastis. Estas condiciones obligan a la colaboración permanente entre los anarrestis para poder subsistir, a que todos tengan que hacer de todo, cualquier trabajo, por penoso que sea, cosa que además hacen con satisfacción: lo que se pierde en eficacia se gana en justicia. Todo el mundo mantiene un trabajo principal que le gusta, de hecho, en su idioma, trabajo y juego se nombran con la misma palabra. Los trabajos desagradables son faenas.

“A la gente le gusta hacer cosas. le gusta hacerlas bien. La gente hace los trabajos peligrosos, difíciles. Y se siente orgullosa… En última instancia, el trabajo se hace por el trabajo mismo… Y también la conciencia social, la opinión del prójimo. No hay ninguna otra recompensa.”

¿Y qué pasa con el que no quiere hacer esos trabajos?

“Bueno, se va a otra parte. Los otros se cansan de él, sabe. Se burlan de él, o lo tratan con rudeza, lo hostigan; en una comunidad pequeña llegan a quitarlo de la lista de comensales, y entonces tiene que cocinar y comer a solas, y se siente humillado. Entonces se muda a otro sitio, y allí se queda por algún tiempo, y tal vez vuelve a mudarse. Algunos lo hacen durante toda la vida. Nuchnibi, se les llama.”

Este es el castigo en Anarres, un lugar donde no hay cárceles ni instituciones psiquiátricas, hay unos hospicios donde los “criminales y desertores crónicos” o con problemas mentales ingresan, en teoría, VOLUNTARIAMENTE. Los anarrestis parecen tener una especie de intolerancia biológica a las medidas coercitivas.

Otro aspecto muy peculiar de estos anarrestis es que no tienen ningún sentimiento posesivo, ni por objetos ni por personas. Está muy mal visto que los padres no dejen a sus hijos al cuidado de las instituciones a una corta edad, como también están mal vistas las relaciones monógamas prolongadas, de hecho, los anarrestis no tienen apegos familiares (”Entre nosotros no cuentan mucho los parentescos; todos somos parientes”). Tampoco sienten la necesidad de conservar amistades duraderas (“el anarresti tendía a buscar amigos en el lugar donde residía, no en el que había residido”), lo cual es muy útil, dado que en todo momento se podía exigir la colaboración de la persona en cualquier lugar que fuera necesario y durante el tiempo que se precisara, años incluso.

“… los seres humanos gustan del desafío, buscan la libertad en la adversidad... Todos disfrutaban del trabajo por duro que fuese, predispuestos a dejar de lado cualquier preocupación tan pronto como hacían lo que podía hacerse... Entusiasmaba descubrir que al fin y al cabo el vínculo era más fuerte que todo cuanto lo ponía a prueba.”

Otro aspecto muy importante es que en Anarres no hay gobierno, aunque en realidad existe una institución que se le parece mucho, la red administrativa y organizadora llamada CPD, Coordinadora de Producción y Distribución, un sistema que abarca todos los sindicatos, federaciones e individuos que llevan a cabo el trabajo productivo. Lo que en ningún momento queda claro es cómo se toman aquí las miles de decisiones necesarias en el día a día. Hay asambleas en las que se discuten cosas y, aunque no se vota, parecen llegar siempre a un acuerdo sobre las órdenes que no se sabe muy bien quién las ha tomado.

“…no puede haber un sistema nervioso sin por lo menos un ganglio, y preferentemente un cerebro. Tenía que haber un centro… Y desde el comienzo los colonos comprendieron que aquella centralización inevitable era una permanente amenaza, que necesitaba de una permanente vigilancia.”

Esta CPD constituye un grave problema, de lo que le Guin es plenamente consciente. Como bien dice uno de los personajes “el deseo de poder es tan fundamental en el ser humano como el impulso a ayudarnos mutuamente”, y siempre habrá alguien que quiera ejercer ese poder en su propio beneficio, y otros que se frustren por no tenerlo o por tener que obedecer a “mentes estúpidas” en las que prima “la envidia, la ambición de poder, el miedo al cambio”.

“Hemos permitido que la cooperación se transforme en obediencia.”

¿Y por qué obedecen los Anarrestis? Por un sentimiento exacerbado de responsabilidad y por el control social que ejerce la opinión pública, otro gran problema identificado por la autora.

“¿Acaso nos retienen aquí por la fuerza? ¿Qué fuerza qué leyes, qué gobiernos, qué policía? Nada ni nadie. Sólo nuestro ser, nuestra naturaleza de odonianos.”

“La conciencia social, la opinión ajena, era la fuerza moral más poderosa en el comportamiento de casi todos los anarresti… Tememos la opinión del prójimo más de lo que respetamos nuestra propia libertad... Hemos creado leyes, leyes de comportamiento convencional, hemos levantado muros alrededor de nosotros, y no podemos verlos, pues son parte de nuestro pensamiento.”

Como resultado de todo ello, y son conclusiones a las que llega la propia autora, se promueve el odio al diferente y la frustración de este (“La frustración de la voluntad le había enseñado a ver la fuerza que había en ella. Ningún imperativo social o ético podía igualársele. Ni siguiera el hambre era capaz de contenerla”), desalentando o acabando con la libertad de invención, con la iniciativa, produciendo una sociedad anquilosada y, de hecho, echando a bajo los principios más importantes de la revolución.

“El deber del individuo es no aceptar ninguna norma, decidir su propia conducta, ser responsable. Sólo así la sociedad vivirá, y cambiará, y se adaptará, y sobrevivirá. No somos súbditos de un Estado fundado en la ley, somos miembros de una sociedad fundada en la revolución. La revolución nos obliga: es nuestra esperanza de cambio. «La revolución está en el espíritu del individuo, o en ninguna parte. Es para todos, o no es nada. Si tiene un fin, nunca tendrá principio». No podemos detenernos aquí. Hay que seguir adelante. Hay que correr riesgos.”

Aunque la sociedad anarquista y su contraste con la capitalista de Urras es el gran tema de la novela, al hilo de ello también toca otra serie de cuestiones que siguen siendo relevantes en la actualidad, como el efecto que en nuestro comportamiento tiene el lenguaje que utilizamos…

“Los niños pequeños podían decir «mi madre», pero pronto aprendían a decir «la madre». Nunca decían «mi mano me duele», sino «me duele la mano», y así sucesivamente; nadie decía en právico «esto es mío y aquello es tuyo»; decían «yo uso esto y tú usas aquello».”

… o la igualdad total de género o la libertad sexual…


En definitiva, un novela que les dará mucho que pensar sin dejar de entretenerles.
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