Crudo

Han sido varios los estados por los que he pasado mientras leía esta novela, a ratos desconcertada y un poco hastiada al tratarse de un flujo de pensamiento desordenado de un personaje sucumbido por el miedo, la obsesión; a ratos maravillada por cómo el panorama social del año 2017 hacía que esas reflexiones tomaran sentido si tenemos en cuenta que formamos parte de un mundo que, de resquebrajarse, nos llevará a todos ineludiblemente hacia el vacío.

Kathy, el personaje principal, es una mujer de cuarenta años que está a punto de casarse y este hecho le sobrevendrá como un alud, desterrando su pasado y removiendo los cimientos de un presente que es extraño, descorazonador, donde la ilusión y el terror conviven en un lenguaje despierto, que regurgita y remueve la bilis que nos empeñamos en mantener a raya.

¿Qué pretendía Olivia Laing poniéndonos ante los ojos a un personaje como Kathy? Una mujer en principio anodina cuya problemática nos es ajena, así como la nuestra también lo es, en el fondo, para los demás.

Es una novela en la que no ocurre nada en especial más que el reflejo de lo que ya conocemos: la histeria generacional, la neurosis colectiva de una sociedad que aparentemente lo tiene todo y que es suficientemente capaz de echarlo a perder mientras está tranquilamente sentada viviendo a través de una pantalla, una página, de un pensamiento.

El concepto de matrimonio consolida en Kathy los intersticios entre su necesidad de huir, libre, salvaje, terriblemente sola y perdida entre los diferentes decorados que construía para que su vida tuviera un sitio donde resguardarse.

Y entre todo este agobiante panorama, me diréis, ¿por qué puede interesarme una novela como esta, donde nada parece tener sentido más allá que para recoger el sufrimiento de una persona cualquiera en un momento cualquiera?

Pues precisamente por eso, porque no somos tan diferentes de Kathy, porque compartimos vísceras y desasosiego, compartimos un tiempo donde un simple “sí, quiero” puede ser más destructivo que una bomba. Porque el final de esta novela es un disparo con silenciador, un mirador al que merece la pena asomarse aunque sea brevemente.

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