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Una lectura vertiginosa, un vómito de ideas, subrayable desde la primera hasta la última palabra. Tatuable. Y vertiginosa es la transformación de la protagonista en “hombre blanco” para poder llegar a tocar ese techo que llaman de cristal y es de hormigón armado. Quizás no sea un grito a la abolición del trabajo pero si una crítica férrea a la concepción que existe en esta sociedad del trabajo. Por supuesto, por su íntima relación, se “carga” el capitalismo en cada frase. Y si a todo esto le añades que eres mujer, que al capitalismo le interesó incluir en su sistema la mano de obra de mujeres sin que nos desetiquetaran de otras tareas (maternizar, cuidados, tareas domésticas,….); que para tener los mismas condiciones laborales (o acercarte) que tienen los hombres es imprescindible convertirte en uno de ellos; que los éxitos laborales se siguen celebrando en puticlubs, que las charlas distendidas de ejecutivos siguen basándose en “rajar” de sus mujeres, “hacer bromas” del matrimonio y “comentar” sobre las tetas de la becaria…. De principio a fin revienta la idea de que la igualdad sea convertirnos en ellos, que no somos hombres y que para ocupar sus espacios no debemos convertirnos en ellos, que hay que modificar el concepto de poder y que llevamos un bagaje histórico dentro de nosotras que debemos utilizar para modificar las reglas del juego, los cimientos, porque las que existen las hicieron ellos y para ellos. |
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