La patria de muchas personas no es un país, ni una bandera. Es un idioma. Esos sonidos que nos recuerdan de dónde venimos, quiénes somos; que le ponen nombre a lo que pensamos y palabras a nuestros sueños. Y en ocasiones no nos percatamos de ello hasta que no nos queda más remedio que cruzar una frontera para huir y para quedarnos. La necesidad, lo urgente, esconde lo importante y nos olvidamos, aunque solo sea por un momento, de lo que es la felicidad. Comer, trabajar, dormir, criar. Lo básico se convierte en lo único. Y el escritor que llevamos dentro queda relegado a la parte más alta de un armario donde nadie alcanza. |