Stephen King siempre fue un entusiasta de los vampiros, así que no es raro que decidiera escribir su propia historia de no muertos. Es un fervoroso amante de Bram Stoker y su Drácula (eso lo tenemos en común) y se le ocurrió pensar en qué pasaría si introducía un monstruo que bien podría haber salido de la máquina de escribir de Stoker, de le Fanu o de Polidori en nuestros días, en 1975. Pero un monstruo de verdad, de los que no pueden ver la luz del sol (ni brillan), de los que no necesitan justificación a su maldad y de los que causan estragos y destrucción. Un vampiro real. Y eso hizo: en un pequeño pueblo llamado Salem's Lot empieza a morir gente de lo que parece una extraña anemia, para luego regresar de sus tumbas y propagar el mal que les controla; todo desde la llegada de un enigmático empresario de antigüedades a la temida Casa de los Marsten, el señor Barlow. Sin embargo, no contaba con un famoso escritor que intentará hacerle frente: Ben Mears. Una novela plagada de referencias a Stoker pero con el miedo añadido de la normalidad y la cotidianidad que hace que continuamente gires la mirada hacia la ventana que hay al lado del sofá, en busca de una mirada de ojos rojos que te incite a invitar a entrar al ser del otro lado. Si decides adentrarte en sus páginas, recuerda: no todo acabará como deseas... |