Laurie

Si hay algo que tiene este relato de King es oficio.

No es un cuento menor. Sin redundancias ni redondeces, sin explicaciones, con su capacidad de dibujar con una prosa calma, de algodón, una esencia, una realidad que a todos nos alcanzará.

Laurie es un cuento de soledad, de vejez, de desidia, de lo mucho que cuesta romper la rutina, la cotidianidad que nos derrota con el paso de los años y a la cual abrazamos como elemento de seguridad.

Una cachorro que rompe con el huraño que todos llevamos dentro al cerrar la puerta de casa, el íntimo refugio donde cualquier cambio molesta.

Todo esto Stephen King no lo narra, lo trasmite, con una cadencia efectiva, letal.

Laurie solo ha de ladear la cabeza, mirarle con su pureza, y dar dos inexpertos ladridos. Eso y sus andares de pato y adiós barreras, ¡rendición!
Ahora somos dos.

Que el relato tenga o no giro, es solo aderezo, salsa, lo importante, como los grandes cuentistas lo hizo al principio, el resto simplemente fluye y te arrastra.

Brutal, esa sencillez donde parece no suceder nada y ser esa precisamente la cuestión.

Cuando algunos vamos sumado años aparecen las arrugas en el alma, las manías y la irritación por cualquier cosa y Laurie es la tregua de nuestro anciano personaje.

Grandioso relato del maestro muy capaz de escribir en el registro que le venga en gana y dejarte un poso, un suspiro y una advertencia:

La vejez nos alcanzará a todos y puede con con ella, una gran soledad.