Refréscame

Hago un poco de trampa. Quiero que le encante. Mezclo la manzana, la pera, la piña y el pepino y pongo un poco de azúcar morena. También espolvoreo canela y, por esta vez, prescindo del jengibre. Pongo frente a ella el batido y espero su veredicto con expectación. Ella acerca sus labios al filo del vaso con ceremonia, casi solemne. Como está concentrada en otra cosa, aprovecho para estudiarla más de cerca. Tiene unas pecas muy graciosas sobre la nariz y las mejillas, que en estos días se han hecho más presentes por el sol. Sus ojos celestes son almendrados y sus pestañas, de un rubio algo más oscuro que el pelo, casi blanco por el sol. Cuando me doy cuenta, me estoy relamiendo los labios y ella me mira. De manera inconsciente, o al menos eso creo, replica el movimiento con la lengua sobre su boca y, por primera vez en años, noto el tirón incipiente de una erección.
El impacto del despertar de mi cuerpo es tan brutal que, por un momento, me olvido de que estoy quedando en evidencia. Ella suelta un gemido desgarrado de gusto y cierra los ojos al saborear la mezcla. He ganado, pero siento pánico y me giro. Estoy como un adolescente. Con la excusa de coger el servilletero, fuera de su alcance, me coloco el pantalón de manera que no se vea la flagrante tienda de campaña y suelto un resoplido incrédulo. ¿Hace cuánto tiempo que no me pasaba esto? Parezco un adolescente salido. No puedo parar de reírme de mí mismo.