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Crítica de Guille63


Guille63
06 March 2023
La carta inclina a la compasión, y no tanto por la mala relación que Kafka tuvo con su padre y el papel tan adverso que este jugó en el desarrollo de su personalidad, sino fundamentalmente por la imagen tan patética que el autor tenía de sí mismo y que aquí nos dibuja de una forma tan impúdicamente sincera, siendo el culmen de ello el remedo de contestación con el que cierra su propia carta poniéndose en el lugar de su temido progenitor.

“Tú quieres demostrar, primero que eres inocente; segundo, que yo soy culpable; y tercero, que por pura generosidad estás dispuesto no sólo a perdonarme sino aún más, lo que es peor y mejor al mismo tiempo, a probar, y a creerlo tú mismo contra toda verdad, que yo también soy inocente.”

Y este autorretrato que Kafka nos ofrece es el de alguien que se sabe incapaz de eludir su destino, inútil para vivir, una persona débil y cobarde que intenta impotente desviar las culpas de su incapacidad al mundo que representa su padre, alguien abundante en defectos, pero también en virtudes, aunque todas ellas sean igualmente defectos a ojos de su hijo. Kafka odiaba a su padre, cada tacha, cada modo y manera, más cuánto más se jactaba él de ellas. Tan intenso era el odio que por él sentía como grande la devoción que le inspiraba, como inmensa la necesidad que el escritor tenía de su aprobación, como enorme era la admiración por todo lo que él había conseguido por sí mismo, por la seguridad con la que se conducía, por el triunfalismo del que presumía, aunque todas ellas eran razones tan importantes como las otras para querer distanciarse lo más posible de él generándole un profundo sentimiento de culpa.

“Tienes también un modo especial de sonreír, bellísimo y muy poco frecuente, una sonrisa callada, satisfecha y aprobatoria, que puede hacer completamente feliz a la persona a que va dirigida.”

Una carta durísima que su madre, a la que por cobardía utilizó de intermediaria, con buen criterio devolvió a su remitente sin haberla entregado a su destinatario. Una carta patética en la que exculpa a su padre de toda responsabilidad tantas veces como lo señala como principal causante de sus incapacidades, bien por la educación y el trato que de él recibió, posiblemente deficiente, equivocado y cruel, bien por su propio ejemplo. Una carta que parece surgir a raíz de la oposición de su padre a uno de sus compromisos, a quién culpa de no haber podido crear una familia, “lo máximo que se puede alcanzar”, reconociendo así mismo que aquellas mujeres eran meros medios para escapar del ambiente opresor que experimentaba en su casa. Una razón que no fue lo suficientemente poderosa como para contrarrestar el pavor que le tenía a la vida matrimonial y a lo mucho que esta podría afectar a su trabajo de escritor. Así, rompió varias veces el compromiso con Felice Bauer (“cara huesuda y vacía, que exhibe abiertamente su vacuidad) y años más tarde con Julie Wohryzek (“Una criatura que corporalmente, aunque no carece de belleza, es tan insubstancial como el mosquito que vuela hacia la luz de mi lámpara”).

“…ambas muchachas ciertamente fueron elegidas al azar, pero fueron elegidas particularmente bien.”

Egoístamente solo nos queda repetir aquello que afirmaba André Gide de que “Hay un estado de buena salud que no nos permite comprenderlo todo”, y Kafka comprendió muchas cosas.
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