 |
Cuando tiene en tus manos una obra de esta extensión siempre te viene la duda. ¿Conseguirá el autor mantener el interés a lo largo de sus tropecientas páginas o mejor buscó una alternativa más convencional? Aún con las dudas, el nombre de Hill seguía soñando fuerte entre los amantes del género de terror y, aunque esta novela está alejada de los tenebrismos que tanto me gustan, la premisa de una epidemia apocalíptica siempre me atrae. Y el libro se deja leer muy bien. Tiene ideas fantásticas acerca de la enfermedad que da origen a la historia. Todas y cada una de ellas bien arguméntalas y con una cierta verosimilitud que te invita a seguir indagando más y más en el comportamiento de la plaga. Hay pasajes en la historia formidables y el comportamiento de los implicados se adecua al miedo que genera la situación a la que se enfrentan. Y el miedo es la palabra clave en esta historia. Miedo a la enfermedad, miedo al diferente, a la muerte, a la vida y a uno mismo. Todo eso lo consigue relatar con cierta facilidad. Sin embargo hay un momento en la novela en que desconecto. Me encantaría decir que es por su extensión, pero en mi caso al menos no es por eso. El último tercio de la novela el autor quiere ir un paso más allá y dar varias piruetas y a mi poco a poco me fue alejando de la historia. Me sentí engañado por lo que me había prometido y supuso un esfuerzo terminar la historia ante las situaciones que presentaba. Es que hay cosas por las que no puedo, y no quiero, pasar. Si a eso le añado un antagonista que es todo lo contrario al resto de personajes, carente de carisma, con todos los tópicos que puedes ingeniar y que se le ve desde muy lejos, pues la obra termina teniendo un regusto amargo. Me da pena porque tiene ideas formidables. Pero pudo haber sido alto muy grande y no lo es. |
>
