Los nombres propios

La película de Jonás Trueba nos lo deja claro: Todas las canciones hablan de mí. Lo mismo pasa con los libros. Los que más nos gustan son aquellos que, en algún párrafo, por muy errático que sea, nos recuerdan a nosotros mismos. ¿Egocentrismo? Es probable. Quizá es solo que necesitamos sentirnos comprendidos por alguien que no nos conoce pero que nos hace parecer parte de algo, aunque ese algo sea la normalidad. "Mira, a ella también le pasa". Porque creemos que todo lo que se cuenta en una novela tiene algo de autobiográfico. No estamos preparados para aceptar que, a veces, las palabras que leemos no son más que invenciones y que en realidad a nadie le ha pasado lo que a ti te pasa. ¿Que todo está ya inventado? No sé yo...
Después, un día, te encuentras con Marta Jiménez Serrano y te planteas que tu amiga invisible de la infancia se ha reencarnado en escritora y sabe todo lo que has pensado, venerado y rechazado desde que tienes uso de razón. Cosas más raras se han visto.
Algo tendrá que ver que tú también te llames Marta y que la impaciencia te haya consumido en algunos de los mejores días de tus veranos. Esos en los que no había nada más que hacer que disfrutar del sol y la familia, de las vacaciones, de ser una niña. Pero tú no te conformabas con eso. En realidad no te conformas con nada. Ni siquiera con el amor incondicional de una abuela única que sí existió y cuya sabiduría no aprovechaste lo suficiente. O al menos no lo suficientemente rápido. Ahora lo sabes.
Tú tampoco sabes vivir a medias.
Aunque eso pase factura.