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Debe ser rotundamente catastrófico perder a un padre en condiciones violentas mientras tú todavía eres una niña. Te quitan a alguien que resulta imprescindible en tu universo infantil. Sin previo aviso. Así es como un día todo pierde sentido. Esta historia es sin duda el claro ejemplo de cómo una pérdida, y en este caso violenta e inesperada, arrasa con todo tras su paso y a través de los años. Un duelo que dura una vida. Una ausencia palpable desde el momento en el que sucede. Un macabro efecto dominó que rompe a una familia en mil pedazos. En este libro Sara hace un recorrido vital desde el fatídico día hasta su actualidad, y hablándonos también de su madre y sus hermanos. He podido ver cómo todos ellos crecen de golpe, porque la vida le obliga a ello. Y como una madre se ve superada, en soledad aún estando rodeada. Estamos más acostumbradas a que en literatura se nos cuente el duelo y la pérdida desde la mirada adulta y pocas veces desde la de una niña o niño. Es por eso que el ejercicio que hace aquí Sara me gusta mucho, creo que es digno de admirar porque gran parte del libro nos lo narra esa niña que quedó huérfana junto a sus hermanos y su madre. Es un ejercicio de abrirse en canal. Se intuye que el proceso fue desgarrador. Así que no puedo dedicarle malas palabras a un libro así porque me parece algo tan personal y tan íntimo qué sería injusto, y creo que hasta superficial, pedir más a un relato así. Bravo, Sara. Solo puedo acabar así este reseña. |
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