Cleopatra lo fascinaba: las adversidades no hacían mella en su determinación, y su juventud no la privaba de madurez. Aunque hubiese nacido en un establo, habría sido reina. Cruzarse en el camino de un ser excepcional era un privilegio que no quería desperdiciar. Mejor morir al servicio de una mujer de ese temple que morir en la mediocridad.
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