—¿Santos Vicente? —demandó la antigua agente de la Guardia Civil al verlo salir del local de juego con una mujer que no era la suya. —¿Quién lo pregunta? —contestó arrogante el maltratador, vistiendo cual pintoresco mafioso mediocre. —Alguien a quien no te hubiera gustado encontrarte esta noche —advirtió emboscada tras una furgoneta. Eva Santana, tras observar su reacción, lo miró de arriba abajo para cerciorarse de lo recopilado jornadas atrás. Lo hizo varias veces, con descaro. Y comprobó que aquel hombre, con ademanes de chulo de putas, no era más que otra escoria de la sociedad que solo se atrevía a pegar a su mujer porque no era lo suficiente hombre como para estar a su altura intelectual y emocional. |