Loxandra

Una sola palabra: entrañable. Un solo personaje: Loxandra.

Esta novela de María Iordanidu es más que un personaje entrañable, pero creo que una vez que, con fuerza, pasemos por el tamiz del recuerdo aquellas imágenes que nos ha dejado grabadas en el corazón, el resultado será la memoria de una mujer extraordinaria.

Si en Grecia la granada es arrojada al suelo como el símbolo inequívoco de la abundancia y los buenos deseos venideros, Loxandra nos es entregada ante nuestros ojos como un regalo: es el pilar de la casa, la orgullosa matriarca de la familia, es sin dudarlo el alma del libro.

Adentrarnos en estas páginas es pasear por Constantinopla, por el Pireo, por las costumbres, las tradiciones y las familias de finales del siglo XIX donde las guerras solo importaban si impedían que tus seres queridos pudieran reunirse alrededor de una enorme mesa cargada de deliciosos platos.

Si Iordanidu se inspiró en su propia abuela para crear el personaje, a los lectores solo nos queda acomodarnos y disfrutar de su carácter, de sus abrazos que son como ese puerto que acoge con fuerza y ternura a los cansados navegantes; un abrazo que reconforta y ahoga.

Loxandra es inocente en su descaro, una mujer que dice lo que piensa sin importar a quién, que maldice si es necesario, que se inmiscuye en todo porque las cosas han de ser así. Y eso no la convierte en un personaje que podamos llegar a aborrecer, sino que nos hará brotar una tímida sonrisa de secreta admiración.

No estamos ante una novela que nos lleve a ningún lugar en concreto, simplemente es un texto en el que podemos sentirnos libres de saborear, conocer, escuchar, aprender. Y, pese a ello, transcurre sutilmente veloz, cotidiana, con un suspiro de liviandad que nos hará cerrar su última página pensando qué afortunados somos de haber podido conocer a Loxandra.



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