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Crítica de Ferrer


Ferrer
15 January 2023
El ladrón de rostros nos presenta a un inquietante asesino ritual nacido al abrigo de las montañas vascas que durante siglos han guardado celosamente sus mitos y leyendas, profundamente enraizados en la localidad. La historia atrapa por su ambientación: un enclave
montañoso y aislado en el que sus habitantes se hallan encerrados con su potencial asesino. Una mente obsesionada con la culpa y la redención, que elige a sus víctimas, descubre sus pecados y las ejecuta recreando con sus cuerpos la inquietante obra que Oteiza esculpió en la fachada de Arantzazu: catorce apóstoles de piedra que abren su cuerpo y lo vacían para entregárselo a Dios. Un ladrón que primero arrebata sus vidas y después extrae una copia de su expresión en el momento de la muerte para alimentar su exclusivo museo de los horrores.
El ladrón de rostros abarca un gran fresco humano. A los diversos miembros de la Unidad de Homicidios de Impacto (UHI) se une la comunidad rural de Oñati, pródiga en secretos y entre cuyos miembros están muy presentes formas de vida tradicionales y creencias que
desafían a la lógica. Martín saca el máximo partido de la fórmula clásica de la novela de misterio consistente en servirnos un amplio abanico de sospechosos, el perfil de cada uno de los cuales está minuciosamente trabajado. Viajero irredento, el paisaje vasco, su geografía emocional, vuelve a ser un elemento fundamental en su esta novela. Oñati es el municipio en el que se concentra la mayor parte de la acción. Bajo una niebla y un sirimiri pertinaces, y la omnipresencia de ovejas y cuervos, se despliega una riquísima geografía compuesta de valles, pastos, caseríos, ermitas, basílicas, cuevas, prados, bordas, senderos... un territorio pródigo en leyendas y supersticiones sobre el que reina majestuosa la basílica de
Arantzazu, obra cumbre del brutalismo vasco, que reúne en un mismo edificio los trabajos de Sáenz de Oiza, Eduardo Chillida y Jorge Oteiza. Un paraíso de difícil acceso, cerrado al norte por las cumbres rocosas de la sierra de Aizkorri. Un inmenso mar verde salpicado de hayedos y campas dedicadas al pastoreo de las ovejas latxas con las que se elabora el queso idiazábal, con impresionantes saltos de agua que nutren los embalses y pantanos que suministran luz a través de centrales eléctricas que forman parte del patrimonio industrial vasco.
Ibon Martín ha retratado al villano más desasosegante y retorcido de su bibliografía, encontrando la manera de integrarlo armónicamente con la cultura, el folclore y las actividades artísticas de los parajes en los que actúa. Su ladrón de rostros responde al perfil del «asesino misionero»: mesiánico, violento y escurridizo, pero también sumamente inteligente y esquivo, capaz de borrar sus huellas y mezclarse entre sus vecinos sin despertar ninguna sospecha. ¿También entre los lectores?
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