Cuando Boris le dice a Mía que se tomen una pausa, en un matrimonio de 30 años, y Mía descubre que pausa tiene nombre de mujer francesa, compañera de laboratorio de Boris, un brote psicótico la llevará a un hospital psiquiátrico. Cuando consigue recuperarse, decide irse a Bonden, el pueblo en el que creció y donde aún vive su madre. Allí se relacionará con las amigas de su madre, mujeres octogenarias, divorciadas o viudas, su vecina Lola, una joven con dos hijos pequeños que vive un matrimonio tormentoso, y un grupo de chicas adolescentes a las que dará clases de poesía. Mía se verá en todas ellas, y recorrerá su vida y su matrimonio. Sin duda, para mí, lo mejor ha sido las reflexiones sobre las vidas de las mujeres ancianas, que forman un club de lectura, y que conscientes de que están viviendo los últimos años de sus vidas, y de sus impedimentos físicos, pueden llegar a sentirse más libres que las adolescentes o la joven vecina. Sentirme identificada con Mía ha sido sencillo (¿cómo no?), su decepción, su balance de los últimos 30 años de su vida, cuidando a un ser que ahora le es extraño, su recuperación anímica y psicológica. ¡Qué gran peso nos quitamos las mujeres de encima cuando dejamos de tener una garrapata que vive gracias a nuestro trabajo, esfuerzo, cuidados, y a costa de nuestra salud mental! |