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Anticipándose 200 años al metaverso, Víctor Hugo construye un universo paralelo en el que te sumerges de una manera total, completa. Después de 4 meses de lectura, alternando con otros libros para respirar algo de aire, por fin llego a la piedra en el rincón. La obra es monumental. Los personajes son inolvidables: Jean Valjean, virtuoso y honorable hasta la autodestrucción; Javert, recto e inquebrantable como un roble pero incapaz de soportar los vaivenes de la conciencia; Cosette, inocente e ingenua pero resiliente como un peñasco en medio de la tormenta; el pequeño Gavroche, inteligente, lenguaraz, libre y rebosante de vida. Hugo pinta no ya un fresco, sino todo un mundo para recrear su historia. Es como esos videojuegos de territorios infinitos por explorar. Cargado de un racionalismo heredado de la ilustración Víctor Hugo escribe un alegato a favor de los miserables de París, que son los miserables del mundo. Es interesante en este sentido leer acerca de los cambios ideológicos que sufrió Hugo a lo largo de su vida. En fin, creo que es una de esas obras que hay que leer. Requiere tiempo, paciencia y dedicación pero la recompensa vale la pena. ¡Ah, si! Las famosas digresiones. Bueno, hay que reconocer que Víctor Hugo es el campeón de Europa de irse por las ramas. Ya no voy a entrar en la cuestión de si molesta más o menos que cuando más enfrascado estás con la historia va el tío y te mete una descripción de la batalla de Waterloo de tropecientas páginas. Igual de célebre es su descripción del sistema de alcantarillado de París. ¿Es necesario? No sé. Creo que estos pequeños (y no tan pequeños) paseos por los cerros ubetenses hacen que la obra sea más total y trascienda más allá del relato. Además, siempre está nuestra habilidad como lectores consumados para la lectura en diagonal. En fin, una novela descomunal, con personajes que se salen de las hojas, con una ambientación exhaustiva y una historia emocionante. |
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