Nada que decir

“Los labios desaparecieron, se hicieron invisibles, porque para qué unos labios si no son para besar”
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No es novedad si digo que es una novela que, pese a su brevedad, es extensa. Y es que sus tentáculos se expanden y llegan a cada recoveco para hacerte reflexionar sobre lo efímero del estar bien.

Eva es una mujer con una vida aparentemente perfecta y satisfactoria, pero que se viene abajo por un deseo irrefrenable, ferviente y tóxico. Ese deseo que se mete dentro y genera un desasosiego que no se calma hasta satisfacerlo, cueste lo que cueste.

Esta historia nos hace reflexionar profundizando en algunos de los aspectos más íntimos de su protagonista. Nos lleva de la mano transitando por estados emocionales y situaciones que, aunque no compartamos, entendemos.

Es un recuerdo de que la soledad no es un estado físico o social; es un estado personal íntimo, cuya dimensión desconocemos hasta que lo experimentamos en nuestra propia piel.

Silvia Hidalgo nos habla de todo ello con una prosa directa y envolvente, que te permite entrar en la intimidad de la protagonista, conocerla, entenderla. Leyendo «Nada que decir» me he sentido parte de la historia, he experimentado todo tipo de emociones, y a la vez me ha permitido hacer una abstracción, para analizar esta lectura, llena de matices, desde fuera.