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Crítica de Joserodher


Joserodher
03 March 2024
«Bartleby el escribiente» de Melville o «preferiría no hacerlo». El desconcertante e inolvidable relato de Melville no está contado por un narrador omnisciente sino por el empleador del escribiente Bartleby que nos va desgranando sus excentricidades. La mayor de las cuales es negarse a cumplir determinados encargos sin motivo aparente ni explicación alguna. Como pasa en «Moby Dick» hay mucho más trasfondo que el evidente. Ni «Moby Dick» es la simple historia de la obsesión por la captura de una ballena ni «Bartleby» es la historia de un autista. ¿Qué hay más allá de lo que nos cuenta Melville? Lo fascinante es que lo deja a nuestro criterio el compasivo y paciente narrador. La idea de la predestinación la deja caer: «Poco a poco pasé a ser de la opinión de que todos estos problemas que yo tenía en lo tocante al escribiente venían predestinados desde la eternidad, y de que Bartleby estaba conmigo por algún misterioso propósito de una Providencia omnisciente que un mero mortal como yo no podía entender».
La inacción de Bartleby tiene una fuerza metafísica como la tiene la obsesión de Ahab. La referencia que hace el narrador al anterior trabajo de Bartleby como subalterno en la sección de Cartas no reclamadas de la Oficina de Correos de Washington, nos da una posible clave sobre su depresión. «¡Cartas no reclamadas! ¿No les suena eso a cadáveres? Imaginen un hombre que, por naturaleza y por desgracia, es proclive a una exangüe desesperanza; veamos ¿existe otro trabajo más adecuado para acrecentar esta desesperanza que el de manipular continuamente esas cartas no reclamadas y clasificarlas para destruirlas en las llamas? Porque las queman a montones cada año. Algunas veces, entre el papel doblado, el pálido empleado encuentra un anillo —el dedo al que iba dirigido quizá esté descomponiéndose ya en su tumba— o un billete enviado con la más diligente de las caridades —aquel a quien iba a aliviar ya ha dejado de comer y no volverá a tener hambre—; el perdón para aquellos que murieron de desesperación; la ilusión para quienes sucumbieron por falta de confianza; buenas nuevas para los que, asfixiados por las continuas calamidades, fallecieron ya. Portadoras de mensajes de vida, estas cartas se precipitan a la muerte. ¡Ay, Bartleby! ¡Ay, la humanidad!»
Las últimas palabras del relato le dan una dimensión universal: «¡Ay, Bartleby!, ¡Ay, la humanidad!» Y nos siguen resonando mucho después de haber terminado el libro.
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