Las ratas

Es probable que esta reseña le ponga los pelos de punta a más de un lector. Me disculpo por adelantado, no es mi intención incomodar a nadie. Aprovecho también para aconsejar a quien sienta especial rechazo hacia estos roedores que no se atreva a asomarse a las páginas de esta terrorífica nivela: Las ratas (1974), de James Herbert.

Esta fue la opera prima del escritor británico, llamada a convertirse en un clásico del terror moderno. Y eso que, al parecer, a Herbert le costó mucho encontrar una editorial dispuesta a publicar su obra, ya que consideraban la historia demasiado repulsiva.

Estamos en Londres a principios de los 70, una ciudad donde aún son visibles las cicatrices de la guerra: edificios en ruina, solares abandonados, zonas bombardeadas… En este escenario hacen su aparición unas ratas que nada tienen que ver con las ratas grises que hay en todas las ciudades del mundo. Estas ratas son diferentes: completamente negras, más grandes, agresivas y voraces. Y además, parecen ser más inteligentes y estar mejor organizadas para actuar en grupo.

En los primeros capítulos los ataques se producen en el terreno de la marginalidad: los vagabundos y los borrachos son sus víctimas. Pero las ratas, que se reproducen a una velocidad increíble, cada vez se atreven a más. No tardan en abandonar la oscuridad para organizar ataques masivos a trenes y edificios. A esta pesadilla hay que añadir otro motivo de alarma: quienes tienen la fortuna de sobrevivir a sus ataques mueren 24 horas después por la bacteria asesina que transmiten sus mordeduras.

Un héroe involuntario llamado Harris se convierte en la única persona capaz de frenar a las ratas. O eso parece. La casualidad ha querido que él haya aprendido más de estos animales en un par de días más que todos los expertos en plagas y las autoridades sanitarias. Además, no hay tiempo para estudios e investigaciones, pues las ratas, devastadoras e imparables, amenazan con adueñarse de la ciudad entera.

Sin duda, The Rats es un libro espeluznante que consigue de sobra su objetivo de mantener al lector intranquilo. Las escenas de peligro están narradas con crudeza, rozando el gore, pero también con maestría, manteniendo la tensión en el tono siempre justo.

La estructura de la novela es ordenada y efectiva, con la emoción in crescendo. Está narrada con un estilo directo y sin florituras, con un realismo ajustado a la época en la que fue escrita. Pero lo más reseñable es que «toca» al lector en lo más hondo, puesto que conecta con nuestros viejos instintos y nuestros miedos primarios. Una lectura no apropiada para todos los paladares, claro.

Por último, unas palabras que el mismísimo Stephen King dedico a James Herbert: «Sus libros fueron superventas porque sus lectores -yo incluido- estábamos demasiado horrorizados como para dejar de leerlos».
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