Cómo vender una casa encantada

¡Ay Grady, esta vez me temía que no lo hubieras conseguido! Y mira que yo soy fan, que después de tres libros de absoluto disfrute ( bueno, un poco menos con las final girls pero eso es algo sin importancia), yo no dudaba de lo que me iba a encontar, y casi, y digo casi, me doy con un canto en los dientes. Empiezo a leer, pasan las páginas y parece que no pasa nada. No te encuentro Grady. O eso me parece a mí. ¿El hype ha sido demasiado y se ha acabado la inspiración? Pues no, tampoco es eso.
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Lo que me ha pasado es que el principio me ha parecido anodino. No digo lento, que yo con eso no tengo problemas. Entiendo que es importante ir preparando el camino, ponernos en situación, crear personajes y tal, pero siempre cuento con que lo hagas aderezándolo con unas gotas de eso que tú ya sabes. Porque tú SABES lo que nos gusta un buen escalofrío, ¿ no?. Y esta vez casi te cascas medio libro sin un triste susto que llevarnos a la boca. Que casi parecía una de esas pelis de sobremesa. Que el tema de la pérdida es importante, lo sé, pero tú eres Hendrix y yo esperaba más. Pero seguí leyendo...
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Y por fin apareces. Llegamos al quid del asunto, a eso que tú tan bien sabes contar. Esa manera de meter algo macabro, algo oscuo, en medio de la más absoluta cotidianidad. Pasó con el vampiro y la ama de casa, con las adolescentes de instituto y los espíritus posesivos, con el serial killer en busca de notoriedad... y aquí con el deseo de vender la casa de tus padres y encontrarte con que todavía hay inquilinos que no se quieren marchar. Y no son ocupas precisamente, sino espíritus bastante cabrones de esos que quitan el sueño y algo más. ¡ Bien! Aquí es cuando llega el Hendix auténtico, que convierte la historia en un sinvivir, entre muñecos diabólicos, recuerdos de infancia y muertes sin resolver. Hasta se le perdona que la prota sea una pavisosa y que su hermano se lleve todas las ostias, justo cuando ya nos empezaba a caer bien. Y bueno, al final me ha gustado, así que Grady, sigue así.