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Crítica de Dyalia


Dyalia
23 May 2023
Este libro es una herida abierta y supurante, de las que duelen de manera continua y latente y están llenas de pus. La historia continúa en el punto en el que lo dejó su predecesora —El baile de las luciérnagas— con un presente cuatro años más adelante y unos flashbacks que recorren desde el punto en que lo dejó, en que todo se rompió y todos descarrilaron uno detrás de otro.

Las palabras atraviesan de manera devastadora y crujen en el corazón como los restos de lo que queda, de lo que se confunde con seres humanos que han dejado de serlo, en un continuo dolor lacerante. Los personajes son lo que se nos presentó en su primera entrega, pero a la vez son completamente distintos, con aristas, con espinas tan puntiagudas que hacen sangrar al resto y, especialmente, a sí mismos. Se hacen daño, se llenan la boca de palabras que nunca debieron decir sin haberlas macerado antes, se empujan los unos lejos de los otros y se anidan solos en su dolor, en lo que creen que pueden seguir haciendo, en lo que creen que pueden seguir mintiéndose. «Estoy bien». «No necesito ayuda». «Solo una pastilla más». Pensamientos que son mentira y, cada uno de ellos, lo saben, lo sienten, lo llenan, lo llenan todo de una manera tan cruda que no es sana, pero es tan real (tan TAN real) que no puedes evitar salvo pensar que no podría haber sido de otra manera.

Un borrón de personas frágiles. Tan delicadas que ya están rotas sin saberlo y llevan sus esquirlas de un lado a otro, crujiendo entre los que no saben, arrastrando el sonido de un millar de arañazos y grietas que se amplían.

Una amistad. Tan fuerte como el mundo. Tan intensa como un vendaval. Tal llena... como una vida. Y, cuando una de esas vidas se va, parece que no queda nada. Que los cimientos se han roto de manera irreparable, que los pedazos que quedan y que unían a los demás, a los que eran ajenos a esa amistad, pero formaban parte del mismo cemento, se han llenado de agua y se han convertido en mero barro, en un pantano que se deja llevar por una lluvia muy intensa, separando los trozos que quedan, desmigajando lo que pudo haber sido.

Es la historia de tres mujeres. de una más que de las otras. de una que tuvo que romperse aún más para poder unir a los demás. Una historia llena de dolor y de recuerdos porque los recuerdos son lo que forman las vidas, son lo que explican las historias de uno mismo y de los que lo rodean. Casi podría decirse que, los traumas de los demás, pueden ser los traumas de los siguientes... y se unen en un ciclo sin fin, en una pescadilla que se muerde la cola y nunca termina. Porque nos duele y les dolemos a los demás si no curamos antes todas esas heridas infantiles, todos esos traumas que, con los años, llevan a dañar a los demás. Tres historias que en realidad son la vida. Y son lágrimas. Y sonrisas enjauladas en un mar salado y un corazón que supura, pero está feliz de formar parte de estos personajes. Solo hace falta una chispa, conectar con ellos, conocerlos, entenderlos... lo demás arderá hasta los cimientos, hasta dejar ese mismo corazón renqueante, pero satisfecho.
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