Con La vegetariana me quedé fascinada y ya tenía ganas de repetir. Pero me he encontrado con un libro bastante distinto aunque en él la voz de la autora es reconocible. Más poético y sensorial, en el que la belleza de lo escrito sobrepasa la trama. Un viaje a lo más íntimo del ser humano, tan íntimo que me he sentido una intrusa. Por momentos perdida y a ratos angustiada. Una historia sinuosa y metafórica, donde los silencios hablan. Llena de filosofía y reflexiones muy interesantes sobre la lengua. Para leer lentamente y saborear cada palabra. Ella sufre un bloqueo emocional que le provoca mutismo. Su pasado, la pérdida reciente de su madre y la separación le han causado un dolor tan profundo para el que no encuentra palabras. Se siente incomprendida y tiene miedo de perder por ese motivo a su hijo. Él está perdiendo la visión y sabe que se acerca a un universo de oscuridad. Anclado en los recuerdos del pasado vive con miedo a perder su autonomía y esa incertidumbre lo paraliza. Él es profesor de griego clásico y ella decide aprender esa lengua para reconectarse con el lenguaje. Profesor y alumna a los que les falla uno de los sentidos. Dos seres solitarios y tristes pero dispuestos a encontrar la manera de comprenderse, de hallar una conexión que les salve. La voz de él es alta y clara, nos cuenta sus preocupaciones y su pasado en primera persona y nos permite conocerle mejor. Ella no tiene voz y por eso se narra en tercera persona, marcando distancia. Con una atmósfera asfixiante nos acerca al sufrimiento de los protagonistas y en ese dolor encontramos belleza, lirismo y delicadeza. La trama está llena de ausencias y vacíos. Totalmente coherente con lo que nos cuenta pero que a la vez dificulta la conexión emocional necesaria y la comprensión total en algunos pasajes. Un libro para volver a leer en el que una segunda lectura seguramente ayudaría a llenar de sentido lo que se me ha escapado. Pero muy recomendable de todas formas. |