En el comienzo de todo, ya lo dije, hay siempre un niño al que arrojan a un sótano.
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En el comienzo de todo, ya lo dije, hay siempre un niño al que arrojan a un sótano.
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Las lágrimas fluyen por sus mejillas, por mis mejillas, se mezclan con el polvo de la harina en la cara: el agua, la sal y la harina amasan el primer pan de la pena. El pan que no se acaba nunca. El pan de la tristeza que nos alimentará durante los años venideros.
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Entonces brota el miedo, siente que lo llena por dentro como cuando llenan en la fuente el pequeño cántaro, el agua crece, empuja el aire hacia fuera y rebosa. El chorro del miedo es demasiado fuerte para su cuerpo de tres años y lo colma enseguida, amenaza con dejarlo sin aire. Ni siquiera puede llorar. El llanto necesita aire, el llanto es una larga y sonora exhalación del miedo.
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Aún no he nacido. Soy inminente. Tengo menos siete meses. No sé cómo se lleva la cuenta de este lapso negativo en el útero.
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¿En que año nació Marcel Proust?