La luz difícil

Dice el autor en este libro que solo la luz es eterna. Me parece una afirmación tan bella que me inclino a darla por buena. Qué sería de nosotros sin ella. Cómo seríamos capaces de admirar cada una de las sombras que se proyectan ante nosotros y que nos obligan a suponer que nada de lo que vemos es la realidad en toda su extensión; que después de todo hay algo más, que solo se acaba la película cuando las luces se apagan ya para siempre.

Cuántos momentos de una belleza incalculable nos perderíamos si viviésemos entre tinieblas. No podríamos despertar y ver la cara amada iluminada por los primeros rayos de la mañana. No sabríamos lo que es admirar a nuestros hijos, jugando en la arena, en los luminosos atardeceres de las playas del sur. 

El dolor apaga luces y acrecenta las sombras. El dolor de un hijo, mantenido a lo largo del tiempo, es una pesadilla cavernosa y fría. Aceptar que el tiempo del otro debe terminar es de una generosidad difícil de superar. Pero no por tener la certeza de estar haciendo lo correcto va a dejar de doler.

Quizá es cierto eso de que al final del túnel hay una luz. Me gusta creer que, como dice Tomás, al caminar hacia ella, nos acercamos un poco a la eternidad.