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Crítica de rafaperez


rafaperez
17 May 2022
Para celebrar el reciente lanzamiento del nuevo libro de David B. Gil al que estoy deseando hincarle el diente, aquí rescato una reseña de su anterior libro.

Es inevitable.
Chocolate, viajar, una librería, el buen sexo...todo es tentación.
Comparar también.
Y aquí ando, mordiéndole el culo a Eva, en mi paraíso de letras, pues el Edén se reserva el derecho de admisión.
No hay lugar para mi en el cielo.

Así que por capricho, el primer estímulo es averiguar quien de entre Seizo, EKei y Kenjiro, tiene la katana más larga.

Es un error. Son novelas distintas. La primogénita, de belleza inigualable, sutil, tan delicada como terrible.
Y un cerezo que me dará sombra por siempre jamás.

Ocho millones de dioses coincide en escenario, Japón feudal, y en búsqueda, pero difiere en lo que se encuentra. Amistad.

Poco le cuesta a David B. Gil, romper mi afán de comparar. Me destituye como piloto, toma el timón y gobierna el barco de mis emociones rumbo a un destino que solo él conoce.

Es la serpiente que me abraza con los anillos de su historia, mientras inyecta el veneno de su prosa en mi yugular.

Ayala y kenjiro son diferentes hasta en sus hábitos de limpieza. Sacerdote y guerrero en busca de un asesino. Uno investiga, el otro protege, y de sus diferencias nace un vínculo más fuerte que la lealtad.

Sazonado con personajes llenos de matices, cada cual con su particular moral, todos honestos con ellos mismos, aunque no siempre con los demás. Todos tienen su momento de duda, pese a que algunos deban ocultarla para sobrevivir.

Una historia donde el mayor enemigo es la ambición, el poder, la conspiración. La maldad en beneficio propio. Ante tamaño gigante, todos somos diminutos.
La codicia es el mayor asesino en serie de nuestra existencia.

El autor Gaditano es Satanás y nuevamente me arrastra por los 7 pecados capitales del lector.

La soberbia, al creerme el más listo de la clase en mis teorías que nunca acerté.

La ira, ante la injusticia, dolor y culpa.

La envidia que me produce su escritura, esa que no soy capaz de alcanzar.

La pereza de no levantarme del sofá ni para mear.

La gula de devorar páginas como si no hubiera un mañana.

La lujuria, el deseo que acababa en orgasmo. El placer continuo de una lectura cuando te sustrae del mundo y su ruido.

Y la avaricia, mi ejemplar es mío y de nadie más.

El problema de hacerlo tan bien, es que requiere su tiempo, y mientras espero a una nueva novela de este magnífico escritor o me consuelo con Pedro Santamaría o me fustigo con José Luis Corral...

Verás tú como luego se me junta con Posteguillo... aunque bien pensado...
¡¡Menuda orgía!!

Nunca creí que tantos dioses cupieran en un solo altar.
A sus pies, don David.
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