En Los recuerdos del porvenir el tiempo es muy importante, se alarga, se concentra, se difumina y se para según convenga. El espacio, también. Ixtepec, el pueblo que se cuenta. Él es el narrador que desde una piedra aparente empieza su historia, la de los Moncada y sus contemporáneos en los años después de la Revolución Mexicana y al inicio de la Guerra Cristera, un período que me llama y que Elena explica a través de personajes variopintos que le dan vida. Elena Garro consigue un libro perfecto. Dividido en dos partes, utiliza un estilo preciso y cálido, maleable por el tiempo y el calor, el tipo de estilo que acaricia el alma y que cuando cierras el libro te deja sin saber qué hacer durante un tiempo indeterminado. Yo lo sentí tarde y poco. Entré con miedo e iba más pendiente de no perderme nada que de dejarme fluir. Pero, no haberlo vivido con la intensidad que acostumbro no me impide reconocer el potencial y el valor del texto y la habilidad de la autora para crear ese mundo olvidado. Mi resaca emocional queda lejos de poderse llamar así y lo cierro convencida de que le debo una relectura, más tranquila y más abierta. |