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Crítica de Guille63


Guille63
26 May 2023
“El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equívocas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento del hombre.” (del discurso leído por FGL a los actores madrileños en febrero de 1935)

¡Qué intensidad! ¡Qué grandeza! ¡Qué historia! Como para no volverse medio loca:

“En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Hacemos cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo.”

El mismo escenario opresivo que en Bodas de sangre y Yerma, una calor sofocante, un pueblo pequeño en el que es imposible que secreto alguno dure mucho tiempo y en el que la maledicencia es el centro de la vida social.

“- No tendrás queja ninguna. Ha venido todo el pueblo.
- Sí; para llenar mi casa con el sudor de sus refajos y el veneno de sus lenguas.
- ¡Madre, no hable usted así!
- Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo sin río, pueblo de pozos, donde siempre se bebe el agua con el miedo de que esté envenenada.”

Las mujeres, prácticamente anuladas por los hombres, se vigilan unas a otras en busca de cualquier motivo que pueda ponerlas en boca de todos. Es tal su sometimiento que solo les queda la honra (y el estatus social. La obra escenifica, además de la injusticia contra la mujer, la hipocresía social o la moral conservadora, un obsceno clasismo patente en la relación que mantiene Bernarda con sus sirvientas). Y para que la honra resplandezca no solo es necesario mantener la propia impoluta, sino que conviene mancillar la de las demás y juzgarlas con el máximo rigor.

“- Sí, que vengan todos con varas de olivo y mangos de azadones, que vengan todos para matarla.
- No, no. Para matarla, no.
- Sí, y vamos a salir también nosotras.
- Y que pague la que pisotea la decencia.”

En tan delimitado espacio como un pueblo pequeño no existe control social más férreo que las habladurías, los chismes, los rumores. Tanto es así, que las madres no flaquean a la hora de imponer a sus hijas las torturas que a ellas mismas les impusieron las suyas, y en amparar, con mayor fanatismo que el hombre si cabe, el dominio que sobre ellas tendrán primero el padre y después el marido.

“No le debes preguntar. Y cuando te cases, menos. Habla si él habla y míralo cuando te mire. Así no tendrás disgustos.”

Algo curioso y valiente en el teatro de Lorca es que se invierte uno de los papeles que tradicionalmente se adjudica a la mujer, ser el causante de la perdición del hombre. Aquí tal papel lo juega Pepe el Romano, prometido de una de las hijas de Bernarda, en trato con la más pequeña y objeto de deseo de una tercera.

“¡Qué les importa a ellos la fealdad! A ellos les importa la tierra, las yuntas, y una perra sumisa que les dé de comer.”

Pepe el Romano encenderá la pasión de las hijas, será el motivo de la lucha callada que entre ellas se establece y, al fin, el desencadenante de la tragedia.

“- ¡Es que son malas!
- Son mujeres sin hombre, nada más.”

La casa de Bernarda Alba” es, sin duda, la obra con más fuerza de las tres que componen la trilogía rural, lo cual no es decir poco. Coincide con ellas en el lenguaje sencillo pero poético, sin grandes parlamentos, diálogos vivaces, concisos, sobrios, durísimos, nombres y elementos cargados de simbolismo, y un crescendo final que culmina en un acto trágico y sorprendente. Estremecedor el final con ese…

“¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!”
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