“El poeta dramático no debe olvidar, si quiere salvarse del olvido, los campos de rosas, mojados por el amanecer, donde sufren los labradores, y ese palomo, herido por un cazador misterioso, que agoniza entre los juncos sin que nadie escuche su gemido” (del discurso leído por FGL a los actores madrileños en febrero de 1935) “Bodas de sangre” es una hermosa, cruda y violenta tragedia que, como las griegas, usa los mitos para hablarnos de nuestros demonios en una historia de destino infausto enmarcada en un paisaje seco e indomable que favorece el desbordamiento de las pasiones. LA NOVIA: “¡Ay, qué sinrazón! No quiero contigo cama ni cena, y no hay minuto del día que estar contigo no quiera, porque me arrastras y voy, y me dices que vuelva y te sigo por el aire como una brizna de hierba.” La mujer se encuentra en el centro del drama, realmente dos son las mujeres que la protagonizan, la madre del novio y la novia (sin nombres), dos posiciones que tradicionalmente han ocupado las mujeres y que todavía persiste en muchos lugares del mundo: una, como el objeto más valioso de la honra de una familia y, a su vez, el mayor peligro para la honra de la familia propia y ajena, la otra, que lo fue en su tiempo, es ahora la guardiana más celosa de dicha honra, recelosa, suspicaz y siempre vigilante. En el centro de esa honra habita la sexualidad y la sumisión completa de la mujer al hombre. Las familias son instituciones que aúnan en su seno pasado, presente y futuro. Las afrentas y las culpas se van transmitiendo de generación en generación, emponzoñadas por un deseo de venganza que se retroalimenta constantemente. Las cualidades humanas, las buenas y las malas, forman parte del patrimonio familiar, de la misma forma que las tierras y la posición social, fuentes de orgullo o de pesadumbre, de respeto o de desprecio, de admiración o de envidia. Muchas veces, como en este caso, la honra solo se puede lavar con sangre, una exigencia social insoslayable que empuja como una pasión incontrolable, como la mayor de las pasiones, el amor, que no entiende de convencionalismo sociales, de castas o de honras. LA LUNA: “Pues esta noche tendrán mis mejillas roja sangre, y los juncos agrupados en los anchos pies del aire. ¡No haya sombra ni emboscada, que no puedan escaparse! ¡Que quiero entrar en un pecho para poder calentarme! ¡Un corazón para mí! ¡Caliente, que se derrame por los montes de mi pecho; dejadme entrar, ¡ay, dejadme!” |