Durante una etapa en la que los niños llegan para llenar las casas de gritos y juegos, de peleas, de preocupaciones, las familias se reúnen en ocasiones que irradian felicidad. Se felicitan la Navidad, van juntos de la mano hacia altares y pilas bautismales, brindan por el futuro. Después, con el paso del tiempo, las familias solo se ven unidas en la adversidad, eligiendo coronas de flores que oculten camas de mármol y acompañen a los ángeles caídos. La vida nos separa, nos señala como diferentes, estira los hilos que nos unen hasta hacerlos prácticamente imperceptibles. Pero seguimos siendo familia. Y mientras quede en pie uno de sus miembros, quizás aquel del que nunca esperamos nada reseñable, quedará el recuerdo. Y las voces que prometían un futuro mejor, regresarán de entre los ecos del pasado para, finalmente, materializarse. |