En agosto nos vemos

Ya en 1999, García Márquez leía la primera versión del Capítulo 1 en la Casa de América de Madrid, bien acompañado del también Premio Nobel, José Saramago, en un avance de lo que sería su próxima publicación: una serie de cinco relatos con el hilo conductor de su protagonista, Ana Magdalena Bach (coincide el nombre con el de la esposa de Johann Sebastián Bach a la que, sin embargo, no pretende acercarse García Márquez, ni ficcional ni autobiográficamente). Pero nunca se publicó.

De esta obra, hasta cinco versiones diferentes, sabemos que se encontraba entre multitud de documentos suyos en la Universidad de Texas. Gabriel García Márquez, enfermo y aquejado finalmente de demencia senil, con serios problemas de memoria, esa memoria que según decía era su mejor herramienta, nunca estuvo satisfecho del resultado, llegando a afirmar a su familia: "esto no sirve".

Finalmente, sus legítimos herederos, de la mano de su editor en Random House, tras un respetuoso trabajo en cuanto a su orden y estructura, deciden publicarla coincidiendo con el cumpleaños del autor y el décimo aniversario de su muerte, algo, por otro lado, muy marketiniano y de claro interés crematístico.

Llega a mis manos acompañada de la polémica, no sobre su "legalidad", hecho que no admite duda alguna, pero sí sobre la ética o la moralidad de sacar a la luz una obra que el autor no quiso publicar en vida. Arguyen los herederos, para sacar adelante el proyecto, el "interés del lector" y la incapacidad de García Márquez para valorar, dado su estado mental, las bondades del texto. Tengo opinión personal al respecto, claro. Una opinión idéntica a la mantenida sobre otros autores y sus publicaciones póstumas de obras inacabadas, diarios íntimos o cartas personales: Kafka, Zweig, Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán... innumerables.... El respeto ético a la últimas voluntades, ya no de un escritor, sino de cualquier ciudadano, a su intimidad y a sus decisiones respecto a su legado, a qué desea compartir y a qué no, por encima del interés literario o puramente comercial.

Como lectora y admiradora de García Márquez, una vez que la obra ha visto la luz, decidí leerla para poder tener mi opinión y mi criterio. Tened en cuenta el valor del pronombre posesivo: no es nuestra pretensión ejercer la crítica literaria, ni sabemos ni queremos, ni influir en decisión o toma de postura alguna, ni sobre la polémica, ni sobre su lectura. Siempre ofrecemos sólo "nuestra" impresión, tan subjetiva como escasamente exportable.

"En Agosto nos vemos" tiene, sin duda, sabor a García Márquez, parte de su esencia. Eso sí, con una prosa mucho más ligera, menos florida, menos trabajada, tan minucioso y detallista siempre el autor hasta convertirse en un mago de la palabra, menos profunda, vanal, también. Su estructura gira en torno, a varios relatos, con la misma temática y misma protagonista como hilo conductor, a mi juicio algo deslabazados, no redondos. Se diría que faltan detalles, que la historia estaba sin duda llamada a poder ser una novela larga, de la que han quedado poco más de 100 páginas. El final de esta novela, aparentemente inacabada, sin embargo, me gusta. Aunque también podría ser un nuevo principio. Reclama continuidad.

Ahí dejamos a Ana Magdalena Bach, una mujer felizmente casada, con dos hijos, que cada 16 de agosto lleva gladiolos a la tumba de su madre, enterrada en una isla no nombrada del Caribe. Y allí, durante escasas 48 horas, dejando atrás una vida acomodada y rutinaria, se deja arrastrar por la pasión y el deseo, sin pudor, sin culpa...

No estará entre las grandes novelas de García Márquez, ni por asomo, ni entre las de este año lector, pero siempre es placentero acercarse a su narrativa, tan distorsionada esta vez, y a que entre sus páginas surja algún suspiro de serena nostalgia. Serena, porque lo mejor de Gabo ya estaba escrito y siempre es susceptible el acercamiento a través de su relectura. Permitídme, eso sí, que no califique la obra, qué osadía, aún después de la experiencia insatisfactoria. Seguiría siendo superior a mucho de lo que se nos vende entre redobles de tambor y sonadas alharacas.

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